Los Reyes Magos de Oriente: historia y leyenda

¿Existieron en realidad unos reyes, y además magos, que viajaron desde tierras remotas para conocer a un niño recién nacido? Teresa Jiménez, Catedrática de Filología Latina de la UAH nos habla en profundidad de estas figuras.

Cuando llega la Navidad, en los belenes de nuestras casas y calles, hay una serie de figuras que nunca faltan. En un establo o gruta, se guarecen la Virgen, el Niño y San José junto a un buey y una mula; sobre el techo, se posa un ángel o una rutilante estrella. Fuera, se arrodillan los pastores o gentes sencillas que ofrecen sus presentes: ovejas, cabras, pavos, etc. Un poco más alejados aparecen los tres Reyes Magos, con sus ricos ropajes, sus coronas, cofres y dromedarios. Todas estas figuras recrean una historia bien conocida: el nacimiento de Jesús en Belén un supuesto 25 de diciembre. Los Reyes en la lontananza preludian su epifanía 13 días más tarde, el 6 de enero.

Pero como cuenta la profesora Teresa Jiménez, en éste, como en otros muchos relatos ligados al mundo de las creencias y tradiciones, es difícil deslindar la historia del mito, lo verídico y real de lo puramente imaginado o ficticio. En realidad, nada es lo que parece y los hechos y personajes aparecen revestidos de un profundo simbolismo.

'Nuestras primeras noticias sobre los Reyes Magos parten de la información, un tanto escasa, que los evangelios canónicos ofrecen sobre el nacimiento y la infancia de Jesús. Es Mateo 2, 1-12, quien señala que 'en tiempos del rey Herodes, unos magos de oriente vinieron a Jerusalén' para adorar al niño. Guiados por una estrella, su primera parada fue Jerusalén, donde Herodes se mostró sorprendido con la revelación de aquellos viajeros y preguntó a sus sabios sobre el nacimiento del Mesías. Luego, los magos continuaron su camino hasta Belén, donde la estrella los condujo a una casa en la que encontraron a un niño; allí le ofrecieron sus presentes: oro, incienso y mirra. Tras eso, avisados en sueños de las malas intenciones de Herodes, volvieron a su patria por otro camino. Como vemos, Mateo dice literalmente que aquellos hombres eran magi, según se recoge en la versión latina del evangelio. Este término remite al primitivo texto griego, donde también aparece esta enigmática palabra; en principio, se trata de un gentilicio para referirse a una tribu de los medos (los antiguos persas); también sirve para nombrar a los sacerdotes oriundos de aquellas tierras famosos por sus conocimientos astrológicos y sus hechizos. Nada en este texto indica que esos magi fueran además reyes. Por lo demás, el relato en sí resulta harto enigmático. No sabemos qué movió a los magos a seguir una estrella, ni cuánto duró el viaje, ni por qué se dirigieron en primer lugar a Jerusalén, ni qué tiempo tenía el niño cuando recibió su visita, ni por qué esos presentes y no otros. Llegados a este punto, es preciso abandonar la lectura literal del texto evangélico para adentrarse en el fascinante mundo de la exégesis de las Sagradas Escrituras y acudir a los evangelios apócrifos, un extenso corpus de textos sobre la vida y milagros de Jesús que fueron desestimados por la Iglesia' afirma.

Los exégetas medievales advertían de que el texto de las Escrituras admite cuatro niveles de lectura: la literal, la alegórica, la moral y la anagógica (o mística). La profesora explica que, 'por ello, al leer el episodio de los Reyes Magos, hay que apelar necesariamente al valor alegórico o simbólico del pasaje. Para los primeros cristianos, judíos en su mayoría, era esencial demostrar que con el nacimiento de Jesús se cumplían las profecías bíblicas sobre la llegada del Mesías. Y en Isaías 60, 6 y el Salmo 72, 10-15, se dice de manera expresa que unos reyes venidos de tierras lejanas (Tarsis, Sabá y Arabia) iban a reconocer la precedencia de ese nuevo rey nacido en Israel, llamado a instaurar un reino de abundancia y paz. Aquel reconocimiento se explicitaba con los dones del oro y el incienso. Sin duda, esas creencias laten en el escueto texto de Mateo'.

'Para el resto de los datos de todos conocidos, los nombres de los reyes, sus ricos ropajes, su aspecto físico, incluida la tez morena de uno de ellos, hay que acudir a esos otros evangelios que se ocupan de la infancia de Jesús y a los textos exegéticos de distintas épocas. Visto así, el pasaje rezuma simbolismo y belleza por la conjunción de elementos orientales y occidentales; por los contrastes de riqueza y sencillez; por la enigmática adoración de aquellos extranjeros, por todo lo que se sugiere y no se dice. Todos estos motivos sirvieron entonces para subrayar un mensaje crucial: el de la incontestable divinidad y naturaleza sobrehumana de aquel niño mesías, a cuyos pies se postraban los humildes (los pastores) y los poderosos (aquellos magi, convertidos por la tradición en reyes). Aquel mensaje teológico escondido en los pequeños detalles se fue difuminando con el tiempo y los Reyes se convirtieron en unos personajes fantásticos que colman de ilusión a los niños cada 6 de enero' finaliza Jiménez.

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