Una floración tan maravillosa como maloliente

Manuel Peinado, delegado del rector para el Real Jardín Botánico Juan Carlos I de la UAH, explica el mecanismo de las plantas asclepiádaceas para atraer a sus presas.

En el Tropicarium del Real Jardín Botánico se está produciendo estos días una de las floraciones más extrañas de la naturaleza. Las asclepiádaceas, una familia de los desiertos surafricanos parecidas a los cactus, compiten con otras plantas en lo que se refiere al colorido y la belleza de sus flores, pero eso no basta cuando tras las lluvias se despliega un inmenso tapiz de plantas a cual más llamativa. Las asclepiadáceas desdeñan al enorme despliegue de insectos de todas clases y se concentran en unos pocos, escasos pero eficaces: las moscas carroñeras. Sus flores engañan a las moscas por la vista y el olfato. La superficie de colores atractivos y textura carnosa de los pétalos imita a un animal muerto en descomposición. La flor emite un intenso hedor a carne putrefacta que atrae a las moscas que se alimentan de los cadáveres de animales.

Como producen flores a nivel del suelo que parecen y huelen a carne podrida, esas asclepiadáceas, como unas curiosísimas orquídeas que conviven con ellas, son un extraordinario reclamo para esas moscas necrófilas, que, movidas por el irresistible imperativo biológico de la reproducción, no discriminan entre un cadáver putrefacto y una flor que huele a cadaverina.

Ese es el truco. Las moscas aterrizan en la flor pensando que han encontrado un lugar para poner sus huevos. Se mueven dentro de la flor y recogen o depositan polen en el proceso. Desgraciadamente para las moscas, sus larvas están condenadas: aunque las madres encuentren néctar, en abundancia, no hay comida para que se alimenten las larvas una vez que las flores se marchitan.

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