En agosto: El taco, una costumbre cada vez más extendida en la sociedad española



El profesor de la UAH, Florentino Paredes, experto en dialectología, sociolingüística y lexicología, entre otros, analiza en esta entrevista por qué y para qué se usan los tacos, cada vez más generalizados en el lenguaje oral.

El Diario Digital de la UAH muestra en este mes de agosto algunas de las noticias publicadas durante el curso 2015-2016 que han tenido mayor repercusión y número de visitas. Un año más, el Diario ha recibido más de 200.000 visitas procedentes de 150 países.
Con el objetivo de trasladar a la comunidad universitaria y a la sociedad en general los aspectos más destacados de la Universidad de Alcalá, el Departamento de Comunicación Institucional, coordinado por el Vicerrectorado de Coordinación y Comunicación, ha llevado a cabo este curso más de 160 entrevistas y reportajes, 600 noticias generales y una treintena de vídeos informativos, que se han difundido a través del Diario Digital y las redes sociales.


El taco, una costumbre cada vez más extendida en la sociedad española


-Este idioma nuestro, que es tan rico, habla del taco, de las palabrotas, de las picardías, de las palabras malsonantes…, para definir un tipo de palabras que los españoles usamos cada vez más en nuestro vocabulario

Florentino Paredes.


-¡Y las españolas! Porque lo que realmente sorprende es el aumento de este tipo de expresiones entre las mujeres, ya que tradicionalmente estaban asociadas al habla masculina. Eso ha contribuido, a su vez, al incremento de la presencia de estas palabras en la sociedad española en los últimos años.
En efecto, una muestra de la riqueza del español se observa en que para designar un ‘dicho ofensivo, indecente o grosero’, dispone de expresiones como palabrota, blasfemia, juramento, reniego, maldición, irreverencia, taco, execración, grosería, imprecación, injuria, maldición, vituperio, palabra malsonante, palabra grosera, etc., que, aunque no son siempre intercambiables ni equivalentes, pueden usarse a menudo como sinónimas. Técnicamente todas estas palabras entran en el grupo de los llamados disfemismos, palabras con las que se designa una realidad con una expresión peyorativa o con intención de rebajarla de categoría. Y la tendencia a usar palabrotas o lenguaje obsceno se denomina coprolalia.

-¿Por qué las usamos tanto en el lenguaje coloquial, a veces incluso con tintes positivos?
- Hay que precisar que el uso de los tacos o las palabrotas no está extendido por igual en todo el dominio del español. En Hispanoamérica, recurrir al improperio es mucho menos frecuente que en España, con la excepción acaso de algunas zonas de Argentina. Además, hay diferencias entre la lengua escrita y la hablada, y el uso de estos recursos lingüísticos es distinto según el origen geográfico del hablante, su nivel cultural o su edad.
El lenguaje está al servicio de las intenciones comunicativas del hablante, que en cada caso selecciona entre las posibilidades lingüísticas aquella o aquellas que considera más efectivas. Las palabrotas o los tacos son un recurso lingüístico para poner de manifiesto una intención determinada (ira, enfado, irritación, desprecio… pero también cercanía, cariño, afecto o complicidad), y el hablante recurre a ellos porque considera que son el modo más eficaz en un determinado momento para transmitir esa intención.

-¿Y por qué las usamos si decimos que son palabras que no deben usarse?
-Para explicar esta aparente contradicción, los sociolingüistas distinguen dos tipos de prestigio: el prestigio abierto y el prestigio encubierto. El prestigio abierto es el que se reconoce socialmente y va asociado a las formas lingüísticas que se ajustan a la norma, las que suelen emplear las capas más instruidas de la sociedad y se promueven a través de las instituciones y la escuela. Pero junto a este prestigio, los hablantes siguen también el llamado prestigio encubierto, que es aquel que no se declara abiertamente, pero que explica que se mantengan formas lingüísticas que aparentemente están estigmatizadas. Eso es lo que sucede con los dialectalismos, por ejemplo, y también con las palabras que nos ocupan ahora, los tacos e insultos. Aunque no reconozcamos que las usamos, lo hacemos porque consideramos que en determinados momentos son el mejor recurso lingüístico que podemos utilizar.
El hecho de que una expresión como ‘cabrón’ o ‘hijo puta’ pueda ser usada a veces como insulto y otras como elogio tiene que ver con las relaciones que se dan entre los hablantes. Por lo general, insultar a alguien supone una ruptura de las relaciones personales, de manera que el insulto se debe manejar con muchísimo cuidado. No obstante, cuando el grado de familiaridad es muy alto, es posible utilizar este tipo de palabras sin que eso suponga conflicto. Si a un amigo le toca la lotería, es posible felicitarlo con un ‘¡qué suerte tienes, cabrón!’ sin que el aludido lo sienta como un acto agresivo.

-¿Cómo una palabra se convierte en taco?
- Todas las palabras, en cierto sentido, se comportan como organismos vivos: nacen, crecen, se transforman, se reproducen y con frecuencia mueren. En este proceso es muy frecuente que las palabras modifiquen el significado original, produciéndose entonces lo que se llama un cambio semántico. Por poner solo unos ejemplos evidentes, palabras como torneo, ballesta o caballero hoy significan algo totalmente distinto de lo que significaban en la época medieval.
Con los tacos sucede lo mismo. Las palabrotas se usan en contextos en los que hay algún tipo de violencia o ruptura, de transgresión social, de ruptura de lo convencional. Por eso, las palabras que se transforman en tacos suelen estar relacionadas con los temas que la sociedad considera tabú: el ámbito escatológico (mierda) el religioso (hostias, la virgen, copón), el de los defectos físicos o psíquicos (imbécil, idiota, estúpido) y, sobre todo, el sexual (joder, coño, cojones, polla, cabrón, hijo de puta, cornudo, maricón, etc.).
Una característica de este tipo de palabras es que parece que necesitan cumplir algunos requisitos fónicos. Si observamos los ejemplos anteriores u otros que podamos pensar, se podrá observar que casi todas ellas contienen una consonante explosiva (p, t, k…). A veces, la marca de que una palabra se ha convertido en una palabrota es el cambio en su pronunciación: compárese la forma neutra huevos con la estigmatizada ‘güevos’.

-¿A qué obedece el uso generalizado de un tipo de palabra que es sinónimo muchas veces de insulto y otras muchas se utilizan cuando estamos enfadados?
-Parece ser que estos recursos lingüísticos se han extendido en España sobre todo a partir de la llegada de la democracia. La extensión social del disfemismo tiene lugar, por una parte, con la posibilidad de hablar abiertamente de temas que estaban vetados socialmente en la época de la dictadura, y, por otra, con la tendencia a una sociedad más igualitaria y va paralela a la extensión de otros fenómenos, como las formas de tratamiento igualitario con tú. Las palabras malsonantes tradicionalmente se han asociado (falsamente) con las clases bajas, de modo que su empleo por parte de las clases medias y medio-altas era un modo de establecer una especie de rasero social en el lenguaje. Además, disfemismos como los insultos, por ejemplo, en la medida en que son prerrogativa del superior contra el inferior, constituyen una muestra de distancia social. Cuando el disfemismo es recíproco, la distancia social desaparece. Y ha contribuido mucho a ello, no cabe duda, su presencia en los medios de comunicación, en algunos programas mal llamados de debate.
Todavía hay, creo, otra causa que explica la generalización de este tipo de expresiones. En realidad, cuando el hablante ante una determinada situación que le causa sorpresa, disgusto o ira solo es capaz de reaccionar con el exabrupto, lo que en realidad está poniendo de manifiesto son sus carencias lingüísticas. Lo que hay que evitar no es el taco esporádico y oportuno, sino que su repetición, que empobrece a quien lo usa por no ser capaz de encontrar otros recursos que doten a su discurso de la fuerza necesaria.

 

Publicado en: Entrevista