La Navidad, un compendio de tradiciones

La fiesta de Navidad es, y sin duda, la tradición más genuinamente europea y occidental, ahora extendida por todo el mundo, al haber sido capaz de sintetizar de esta forma tan completa, el complejo mundo cultural, ideológico y espiritual de todos sus pueblos. El profesor del Departamento de Historia y Filosofía de la UAHJaime Francisco Gómez de Caso Zuriaga, hace un repaso por las distintas tradiciones navideñas: ¡Feliz Navidad, y próspero Año Nuevo!

Decir que la Navidad es una fiesta cristiana es una obviedad; decir que recoge tradiciones paganas muy antiguas relacionadas con el solsticio de invierno, también lo es, aunque esto último no resulte tan conocido. Todo esto la convierte en la fiesta que mejor representa las tradiciones europeas de los últimos milenios; en ella se concentra y resume la historia de Europa, sus creencias, esperanzas, tradiciones y costumbres, que son también las del llamado Mundo Occidental; pues los europeos extendieron sus costumbres y cultura por otros espacios y continentes.

De una manera muy resumida podemos decir que todo gira alrededor del nacimiento de Cristo, desde el punto de vista cristiano, y de la resurrección del Sol, desde el pagano. En un principio ambos sucesos no coincidían. La Iglesia no tenía señalado un día determinado como el de nacimiento de Cristo. Nadie sabía (ni sabe) cuándo se produjo el acontecimiento. La Navidad cristiana comenzó a celebrarse como epifanía (“manifestación”) el seis de enero, fecha en la que se sigue celebrando la “manifestación” “oficial” de Cristo a todas las naciones a través de la adoración de los Magos, que las representan al proceder de todos los continentes: Europa, Asia y África, los tres que eran conocidos en la época.

Pero, poco a poco, en fechas inciertas, desde el s. III, fue moviéndose en el calendario hasta ocupar la antigua fiesta del nacimiento del Sol, en diciembre; si bien, la Iglesia Oriental (Ortodoxa) siguió, y sigue, con la fecha del nacimiento de Cristo en la noche del seis al siete de enero.

La Navidad cristiana vino así a ocupar y superponerse a las fiestas romanas relacionadas con ese renacimiento del sol vivificante en diciembre: las Saturnales, fiestas en honor a Saturno, dios del tiempo que, destronado por sus hijos, bajó a la tierra del Lacio, donde fue acogido por Jano, un dios latino que se representa con dos caras, una que mira hacia delante (el futuro, el nuevo año) y otra hacia atrás (el pasado, el viejo año que agoniza con el Sol). La llegada de Saturno a tierra romana se celebraba con banquetes, reuniones familiares y fiestas en las que se subvertía el orden social: los niños y los esclavos recibían regalos y podían embromar a los señores, padres y mayores, que debían tolerarlo; si bien, las bromas no solían llegar lejos pues, pasada la fiesta, todos volvían a su respectivo lugar social. Sin dejar de ser profundamente cristiana, ecos de todo ello perviven en nuestras fiestas navideñas, en banquetes, celebraciones, regalos a los niños, bromas y reuniones familiares.

Muy antiguamente, los romanos comenzaban el año en marzo, con las elecciones de sus magistrados, alrededor del equinoccio de primavera; pero finalmente Julio César instituyó, en su trascendental reforma del calendario a mediados del s. I a.C., como fecha oficial de su inicio el uno de enero. Ya de antiguo celebraban los romanos, en esos días posteriores al solsticio de invierno, las fiestas de la antigua diosa sabina Strenia, patrona de la salud y, en cierto modo, la suerte; y para que estas, salud y suerte, acompañasen el nuevo año, existía la costumbre de hacerse regalos entre sí y se vestían prendas nuevas, que se “estrenaban” en honor a Strenia para que fuese propicia. También hay ecos de ello en las menos cristianas y más mundanas fiestas de nuestro Año Nuevo.

Y la Navidad no solo representa, como vemos, una síntesis de cristianismo y tradición clásica, sino de diferentes tradiciones cristianas que, a su vez, recuerdan o hacen pervivir otras más antiguas de los diversos pueblos de Europa. Los cristianos alemanes de confesión luterana eligieron el abeto, cuyas hojas siempre están vivas y verdes, también en otoño e invierno, para representar la vida eterna que vino a anunciar Cristo. Pronto los propios católicos de aquellos países hicieron suyo el símbolo del eternamente verde abeto y lo adornaron. Hoy, muchos cristianos católicos, y hasta no cristianos, en todo el mundo, han hecho suya esta costumbre.

Y nuestro familiar y popular “Belén” o “Nacimiento”, que tan español e iberoamericano nos parece, también es un elemento “adoptado” de nuestra Navidad. Lo introdujo Carlos III, a mediados del s. XVIII. Antes de ser rey de España, a la muerte sin descendencia de su hermano Fernando VI, fue rey de Nápoles y Sicilia, territorios ya desde finales de la Edad Media muy ligados a la Corona Española, e introdujo aquí, en nuestro país, esta costumbre napolitana con un éxito inmediato, que pronto pasó a América. Se conservan belenes históricos de enorme valor artístico, el más famoso el que realizó nuestro gran imaginero Salzillo alrededor de 1780.

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