Cartas, lo que la era digital se llevó…



¿Cuándo te sentaste por última vez frente a un folio, bolígrafo en mano, y dedicaste 15 minutos a escribir a un amigo, a un familiar, a un amor…cuándo pusiste el remitente y el destinatario y pegaste el sello en un sobre, que depositaste en un buzón?, ¿cuándo recibiste la última carta personal, quién te la envió?

Las cartas personales que enviamos y/o recibimos por correo postal son una ‘especie’ en peligro de extinción y prueba de ello es que hay servicios postales públicos, como el canadiense, que desde el año 2013 está dejando de

Verónica Sierra y Antonio Castillo.
repartir cartas a domicilio, medida restrictiva que ya afecta a importantes zonas del país y dentro de poco llegará a su extremo cuando se produzca la completa supresión de este servicio.

En España, en los últimos años el descenso en la entrega de cartas postales es exponencial. Entre 2010 y 2013 Correos entregó 500 millones de cartas menos, de las cuales la inmensa mayoría fueron remitidas a particulares por entidades oficiales y privadas, fundamentalmente bancarias.

La pregunta es: ¿ha desaparecido la correspondencia postal? La respuesta, lejos de ser negativa, apunta al hecho de que las nuevas tecnologías han trasformado los soportes y también las formas de escribir y enviar las cartas.
En esta entrevista, Antonio Castillo Gómez y Verónica Sierra Blas, responsables del Seminario Interdisciplinar de Estudios sobre Cultura Escrita (SIECE) de nuestra universidad y promotores del Archivo de Escrituras Cotidianas (AEC) creado en su seno, opinan sobre este fenómeno.

-Las cartas postales están prácticamente extinguidas, ¿qué perdemos y qué ganamos con la desaparición de este hábito de comunicación escrita que se remonta a la Antigüedad?
-Antonio Castillo: Se pierden las sensaciones y los gestos que estaban asociados a una práctica de escritura concebida de una manera determinada, como era la carta, ya fuera en su época manuscrita o mecanografiada. Se pierde el ritual del envío y de la recepción, que generaba una serie de emociones que difícilmente son semejantes a las que se sienten cuando se abre, se lee o se envía un correo electrónico. Al mismo tiempo, se pierden los gestos que iban asociados a ese modo de comunicarse: la elección del papel, de la tinta, del tipo de bolígrafo, el hecho de llevar la carta y depositarla en un buzón o esperar impaciente al cartero para recibir la ansiada carta.
Verónica Sierra: Ganancias veo pocas. Creo que este fenómeno es un reflejo importante de la burocratización de nuestra sociedad y de cómo nos desenvolvemos actualmente en nuestra vida cotidiana. Nuestra correspondencia diaria en papel y enviada o recibida por vía postal se limita a intercambiar mensajes con la administración, con las entidades bancarias o con las instituciones. Todo lo que tenga que ver con nuestra vida íntima y personal ha pasado a otro estadio.

-Se da la paradoja de que las cartas convencionales están desapareciendo en el momento en el que estamos más intercomunicados, en el que más escribimos…
-Antonio Castillo: No es ninguna paradoja. El mail ha sustituido a la carta convencional en nuestras comunicaciones –aunque no todos los mail son cartas- y esto conlleva una importante masificación de la comunicación epistolar. Se escribe mucho más que en cualquier momento de la historia, pero los métodos han cambiado porque la tecnología no es la misma. La correspondencia electrónica ha hecho que la carta se transforme tanto en su materialidad como en el protocolo de escritura. Y a esta transformación se asocia también la volatilidad de los soportes electrónicos, de donde se derivan numerosas dudas sobre la posibilidad de conservar dicha correspondencia hoy y en el futuro.
Verónica Sierra: En nuestros días se ha impuesto una comunicación instantánea y muy anárquica. No hay normas establecidas en la escritura de un mail, de un whatsapp, de un tweet. Todas esas formas de comunicación tienen en mayor o menor medida reminiscencias de la carta, pero se ha producido una transfiguración importante: es una escritura muchísimo más flexible en cuanto a su retórica, en sus normas de estilo y también muchísimo más fría, por cuanto carece muchas veces de cualquier vestigio emocional. Si reunimos correos electrónicos de una persona, por ejemplo, y los estudiamos detenidamente, veremos que es muy difícil hacerse a la idea de cómo es esa persona a través de los mensajes que escribe; y las cartas, sin embargo, por definición, constituyen una representación, un retrato, de su autor/a, que no solo se amolda a su situación personal y social, sino también a su destinatario, porque en función del destinatario y de la posición que en la sociedad ocupamos cada cual la retórica y las normas de estilo de una carta son distintas. En el fondo, una carta también era el reflejo de una forma de ser y de estar en el mundo… Por eso, la decadencia de la correspondencia personal o privada tradicional produce cierta pérdida de identidad, tanto individual como colectiva.

-Nos comunicamos más que nunca y de distintas maneras a través de diversos dispositivos y herramientas de comunicación, pero ahora se hace muy difícil conservar esos mensajes. Se acabaron los paquetes de cartas con el lazo…
-Antonio Castillo: Sí, la comunicación electrónica es muy difícil de conservar. De momento no hay protocolos de conservación establecidos, entre otras cosas porque los propios soportes electrónicos son muy efímeros. La mayoría de los mails no los imprimimos ni los conservamos de ninguna manera más allá de organizarla y guardarla un cierto tiempo en nuestras carpetas digitales (y no es algo que hagamos todos) por mera utilidad práctica. Y esto, en otros períodos de la historia no se producía del mismo modo pese a que también han desaparecido muchas cartas, sobre todo aquellas escritas por la gente corriente, por las clases populares. El soporte utilizado, ya fuera la tablilla de madera, el pergamino o el papel, por mencionar algunos, dotaba a las cartas de una consistencia material que a su vez propiciaba la posibilidad de conservarlas; de ahí el amplio patrimonio epistolar que se tiene de cualquiera de los siglos pasados, por más que el mismo sea desigualmente representativo a nivel social y de género. Sin embargo, por el momento no parece que tengamos las mismas garantías de conservación respecto de la correspondencia electrónica. Esta, por naturaleza, es más efímera, huidiza, salvo que nos dediquemos a archivar, registrar o imprimir continuamente una parte cuando menos de los cerca de los 205 billones de mensaje que, por ejemplo, se enviaron y recibieron en 2015.

-Entonces, ¿la historia de la carta ha acabado o continúa?
-Verónica Sierra: El debate entre los especialistas en la escritura epistolar está en si se ha producido una muerte o una transfiguración de la carta. Armando Petrucci, en su libro ‘Scrivere lettere. Una storia plurimillenaria’, afirma que la historia de la carta continúa, al igual que continúa la historia de otras tipologías de escritura que han existido casi desde que el ser humano existe. La escritura va asociada a los hombres y a las mujeres, es uno de sus medios principales de expresión, y por ello nunca va a dejar de existir. Lo que se transforman son los soportes que contienen lo escrito. En el caso de la carta, lo que se ha producido es una transformación material, estructural y retórica en la propia forma de escribir. Pero el hecho de que se escriba en la pantalla en vez de en el papel no significa que desaparezca como práctica. Igual que hay mucha gente que no escribe un diario hoy, pero sí tiene un blog… No es que haya un fin, hay un antes y un después, que se sitúa en el marco de la aparición de los mass media. Ya el teléfono supuso un retroceso muy importante de la correspondencia epistolar, igual que ocurrió antes con el telegrama… Digamos que la carta siempre ha tenido ‘competidores’, algunos muy fuertes, y ahora la revolución digital ha generado muchas otras transformaciones importantes en su concepción y escritura, pero su historia continúa y continuará...