¿Somos corruptos por naturaleza?



El profesor del Departamento de Historia y Filosofía de la UAH Julio Seoane es miembro de un equipo de investigación interuniversitario y transversal que desarrolla un proyecto denominado ‘Cultura de la legalidad’ en el que, entre otras cosas, se aborda el origen y el modo de evitar la corrupción.

-Profesor, ¿somos corruptos por naturaleza o por descuido?
-No creo que seamos corruptos por naturaleza, pero a poco que observemos en nuestro alrededor nos

Julio Seoane.
damos cuenta de que nuestra tolerancia a la corrupción es tan alta porque todos pensamos, en cierta forma, que sí lo somos. Hay un pasaje del Lazarillo que me recordaba un compañero el otro día: comían uvas y el ciego las comía de tres en tres y el muchacho de dos en dos. En un momento determinado, el ciego zurra al lazarillo y éste le pregunta por qué y el ciego le responde: porque no comes las uvas de una en una. ¿Y cómo lo sabe? replica el lazarillo. La respuesta del ciego es clarividente: porque yo me las como de tres en tres y tú no protestas. En definitiva considero que el fenómeno de la corrupción es más cultural y educativo que otra cosa. De hecho, estamos tan lejos de lo que somos por naturaleza que sería imposible justificarlo con este argumento. Y hay otro argumento también contundente: hay una gran diferencia en niveles de tolerancia a la corrupción en distintos países.

-¿Y por qué nuestra tolerancia a la corrupción es tan alta?
-Siguiendo con el mismo argumento, opino que desde que nacemos nos acostumbramos a vivir con ella e, incluso, parece feo protestar o denunciar la corrupción. El niño que ve copiar en los exámenes a su compañero de pupitre casi nunca le delatará. En algunos países anglosajones denunciar este tipo de actitudes es hasta positivo, pero aquí lo vemos mal. Sería feo, el que denuncia no es un denunciante, es un chivato…

-¿Y cómo salimos de este círculo vicioso?
-Es muy difícil dar una ‘receta’. Hay compañeros de Derecho y Ciencia Política en el proyecto de investigación que defienden medidas de tipo sancionador, medidas ‘policiales’. Pero yo no lo veo así. Creo que lo que necesitamos es tener más cariño a la ‘cosa pública’, que nos dé gusto estar con los demás y compartir con los demás. Es decir, tenemos que acabar con la corrupción mediante medidas legislativas, pero tienen que ir acompañadas con un compromiso vital, un compromiso también social, de vida con los demás. Tenemos que aspirar a una sociedad en la que nos guste vivir con el otro y compartir con el otro. Es complicado de hacer, pero debe ser una aspiración de cada uno. La educación es la herramienta, sin duda, para promover un espíritu crítico porque la educación sirve para aprender a tolerar, aprender a ser solidario, aprender cuáles son los límites de tu comportamiento para construir la ciudad, el país en el que queremos vivir.

-¿Pero los sentimientos se pueden educar?
-Los sentimientos se pueden educar. Podemos educar a los ciudadanos para que defiendan el bien común y que, de este modo, sintamos dolor ante los comportamientos corruptos.

-Pero eso es un trabajo difícil, de generaciones
-No crea. Los sentimientos se pueden generar con mucha rapidez y ahora, con las redes sociales y los medios de comunicación disponibles, es mucho más fácil. Hace unos días leí un artículo que decía que en 10 años habrán quedado en el olvido determinados grupos musicales que estaban en los altares… Lo malo es que igual que se crean, se destruyen, y ese es el riesgo que tenemos que correr.

-Esa justificación del corrupto imputado, que a menudo recurre al argumento de que ‘muchos otros hacen lo mismo que yo, pero no los cogen’, crea cierta empatía en la sociedad española todavía…
-Todos criticamos la corrupción, pero muchos de nosotros no la castigan. Ni en las urnas, ni en otros ámbitos, es cierto. Nos hemos acostumbrado tanto a vivir en un sistema corrupto que ni se nos ocurre cambiar los mecanismos que están facilitando esos comportamientos. Y también tenemos que revisar el sistema, comprobar si los mecanismos para la ejecución de las inversiones o la financiación de los proyectos son los correctos o todo debe simplificarse mucho más. En este sentido, la transparencia en las instituciones públicas es fundamental.