Juan Junoy, de la UAH, presenta al parásito Artystone trysibia o cómo vivir con un gato en la tripa



En el río Tena, a su paso por la selva de Ecuador, existe un crustáceo parásito que vive en la cavidad abdominal de un pez llamado ‘carachama’. El parásito, de nombre Artystone trysibia, puede ocupar más del 15% del interior de su huésped.

Como explica el profesor del departamento de Ciencias de la Vida de la UAH Juan Junoy, ‘es como si una persona viviera con un gato encerrado en la barriga’.

La investigación del profesor Junoy durante un proyecto Prometeo de 3 meses en Ecuador (el Programa Prometeo está impulsado por el Estado Ecuatoriano para promover la estancia de científicos españoles en Ecuador), acaba de ser publicada en la revista científica ‘Acta Tropica’. En esta entrevista, Junoy desvela algunos de los misterios de este parásito tan peculiar, que nunca antes se había localizado en Ecuador, ni en la cabecera de un río, ni se había descrito de forma tan

Detalles del pez y el parásito.
exhaustiva.

-Profesor, preséntenos al parásito Artystone trysibia
-Se trata de un tipo de isópodo (es decir, un tipo de crustáceo) que lleva una doble vida y, además, por dos veces. Por una parte, nada libre en las aguas de los ríos cuando es joven, pero es parásito de adulto. Y, siendo adulto, cambia de sexo, primero es macho y luego hembra. Pertenece a la familia Cymothoidae, cuyos miembros tiene auténticos garfios en el extremo de sus siete pares de patas para agarrarse firmemente a los peces que parasitan. Los de esta familia que conocemos en España se agarran a la cabeza de los peces o se hospedan, como mucho, dentro de su boca, pero ninguna de las especies ha llegado tan lejos como el Artystone trysibia, que obliga al pez a crear una cápsula en su abdomen para aislarle y protegerse de él en la medida de lo posible.

-¿Y cómo se aloja el parásito en el abdomen del pez?
-Un isópodo juvenil ve a su presa y le ataca. Empieza con un pequeño mordisquito en la zona del abdomen, pero poco a poco va metiendo su cuerpo en el interior del pez, que se defiende creando una funda de piel. Como el parásito necesita respirar, deja una abertura para que circule el agua y va ganando peso a costa de los tejidos que consume mientras va progresando dentro del cuerpo de su huésped. El resultado final es un pez que tiene en el interior de su cuerpo un saco con apertura al exterior, en donde vive el parásito. Como hemos dicho, se trata de una especie hermafrodita, que en su fase como hembra cuida de sus hijos. Como si fuera un canguro, tiene un marsupio donde cría a su prole, protegiéndola de los depredadores en las primeras fases de su vida. En la parte alta de los ríos amazónicos las hembras son muy fecundas, llegando a cuidar a más de 800 crías. Esa alta fecundidad es necesaria en aguas turbulentas, donde infectar a un pez es difícil. La parasitosis afecta en esta zona al 7% de los peces. En la parte baja de los ríos, donde las aguas son más tranquilas, la fecundidad es mucho menor, pero la infección puede alcanzar a más del 30 % de los peces.

-Estamos ante un posible destructor de especies piscícolas
-Desde luego que sí, si la infección se generaliza. Porque no mata, pero sí esteriliza al pez. Las peores infecciones se dan en piscifactorías o estanques, donde puede acabar con todos los ejemplares, ya que al ocupar la cavidad abdominal, el parásito impide el desarrollo normal de las gónadas y el estómago del pez y éste no puede reproducirse ni alimentarse adecuadamente.

-Profesor, esta especie era conocida, pero nadie la había descrito con tanta exhaustividad. Usted, que es experto en isópodos marinos, ¿llegó a Ecuador con la intención de estudiarlo?
-En absoluto. Todo ha sido, como muchas veces ocurre en la ciencia, un cúmulo de buena suerte, aunque como dijo Pasteur, ‘la suerte favorece a las mentes preparadas’. Fue una casualidad que me dieran la estancia Prometeo en plena selva del Ecuador, en la Universidad regional de la Amazonia y yo la acepté porque aunque soy experto en isópodos marinos, me interesaba localizar un isópodo de río que se describió en 1937 en el río Napo y del que luego, nunca más se supo…ni se sabe. Yo tampoco he encontrado este crustáceo, pero sí este otro y todavía se pueden oír mis gritos de alegría en la selva amazónica.
El hallazgo no ha sido fácil, hablamos de la selva y allí el muestreo es difícil, porque los indígenas pescan los peces y se los comen. No hay mercados establecidos, así que no hay forma de localizar peces fuera del agua. Por lo tanto, mi trabajo también ha incluido la pesca: pesqué con un indígena, Byron Grefa, en el río Tena, de noche, con una red de mano, y he de confesar que la fuerza del agua me ha jugado más de una mala pasada...Pero ha sido una experiencia increíble, como científico y a nivel personal.