De cómo nació el Premio Cervantes de la mano de Miguel Cruz
Don Miguel Cruz Hernández, promotor del Premio Cervantes, abre las puertas de su memoria para contar cuáles fueron los orígenes del galardón (que el próximo 23 de abril recibirá José Manuel Caballero Bonald en el Paraninfo de la UAH), quién lo ideó y cómo fue la primera ceremonia de entrega en este reportaje, que pretende ser un homenaje a su figura y a la labor que llevó a cabo.
Corría diciembre de 1974 cuando el Director General de Cultura Popular, don Miguel Cruz Hernández, y un técnico del Ministerio de Información y Turismo, Pepe Artigas, se reunieron en el despacho del primero para hablar sobre literatura. En esa charla amistosa surgió la idea de crear el Premio Cervantes, un premio de literatura que, sin desmerecer a otros ya existentes, como el Premio Nobel, se convirtiera en una seña de identidad de la literatura escrita en español. La propuesta fue de Artigas y quien la materializó fue don Miguel Cruz que ahora, con sus lúcidos 93 años, relata en primera persona cómo surgió el Premio Miguel de Cervantes, hoy un galardón más que consolidado y referente de la literatura en español.
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Miguel Cruz Hernández. |
El camino hasta entregar ese primer Premio Miguel de Cervantes, dotado con 5 millones de pesetas, en las manos del eterno Jorge Guillén no fue nada fácil. El año 1975, fecha en la que se realizaron los trámites burocráticos que propiciaron su convocatoria, fue un año convulso que finalizó con la muerte de Franco en el mes de noviembre y la muerte también de la Dictadura, que dio paso al período de Transición en España.
En ese año de puertas que se cierran y puertas que se abren se gesta, de la mano de Miguel Cruz Hernández, y con el beneplácito del entonces ministro de Información y Turismo, León Herrera Esteban, el premio más importante de las letras castellanas. Su creación se publicó en el BOE 233 del día 29 de septiembre de 1975, día de San Miguel, patrón de las cosechas y fecha de cumpleaños del escritor universal.
Quedaba por recorrer el trayecto más arduo: decidir quién sería el galardonado. “¿Dificultades?, muchas. Yo elaboré una lista de escritores que lo merecían y se la presenté al ministro. No había condiciones, aunque sí pensamos que no debería ser nadie que ya hubiera obtenido el Premio Nobel, para no ir por detrás”.
El jurado tardó en reunirse y no había unanimidad inicialmente. En el bombo entraron, a petición de la Real Academia de la Lengua, Dámaso Alonso (“un gran amigo mío –señala don Miguel- una amistad rara, porque él siempre me echaba 10 años más de los que yo tenía-dice sonriendo) y el poeta Eduardo Carranza, propuesto por el Instituto de Cultura Hispánica. Pero también se valoró la posibilidad de un escritor de la Generación del 27, “y surgió el nombre de Jorge Guillén, que había estado exilado, pero hacía mucho tiempo que vivía en España”.
Llegar a la unanimidad no fue fácil. “Cuando empezó a sonar el nombre de Jorge Guillén nadie lo quería: los exiliados porque Franco estaba muriéndose, pero no se había muerto, y pensaban que podría parecer una colaboración con el régimen; y las personas del régimen tampoco querían a alguien que había sido un exiliado”.
Pero no todo el mundo estaba en desacuerdo: Camilo José Cela, miembro del primer jurado del Premio Cervantes por caprichos del destino, le dijo a Miguel Cruz. “¿tú has pensado en Jorge Guillén?. Yo le dije que sí y él me contestó: pues entonces yo no pienso en nadie más”.
Finalmente, el jurado se reunió, presidido por Miguel Cruz a propuesta del propio ministro: “el duque de Cádiz, en nombre del Instituto de Cultura Hispánica, defendió a Carranza y Cela defendió a Guillén. Finalmente todos nos sumamos a su opinión y el fallo fue por unanimidad”.
Guillén recibió la noticia "con afecto, alegría y rapidez", la prensa aplaudió la decisión por la calidad literaria del autor, y sólo quedaba por delante organizar la entrega: “decidimos que fuera en Alcalá de Henares, porque Cervantes había nacido en Alcalá, y ningún sitio mejor que el Paraninfo, claro, que entonces pertenecía a la Universidad Complutense de Madrid. Hubo que pedir permiso al rector y se nos concedió. Y la fecha tampoco podía ser otra que el día 23 de abril... Sólo nos quedaba por delante la ceremonia. Yo intenté por todos los medios que lo entregara S.M. el rey, pero no pudo ser, porque en aquellos días se legalizó el PCE y llegar a don Juan Carlos era completamente imposible”, explica don Miguel Cruz.
El ministro de Información y Turismo, Andrés Reguero, no aceptó la presidencia del acto y delegó en el subsecretario: Sabino Fernández Campos, que tampoco acudió. “En la víspera me llamaron al despacho del ministro y me dijeron que había noticias de que Guillén preparaba en su discurso una soflama republicana y podría haber incidentes en el acto, por lo que delegaban en mí la entrega del premio. Con este gesto, claro, como yo dije bromeando, me acababan de nombrar rojo mayor del ministerio, pero yo acepté el reto y me alegro mucho de haber podido vivir esa experiencia”.
Una experiencia que, lejos de ahondar en diferencias políticas, resultó un regalo para la literatura en lengua española, porque Guillén sólo habló de eso, de literatura, en su discurso.
Miguel Cruz le entregó el diploma, la medalla, encargada a Pérez Comendador, y el premio. Guillén quería vestir la toga académica y como no la tenía a disposición, Cruz le prestó la suya.
Ya en la salida, los alcalaínos y la tuna universitaria –estos sí que están desde el principio- rodearon al galardonado, que agradeció el gesto con abrazos.
Mientras el acto se celebraba en el Paraninfo, las cámaras de TVE estaban grabando los entrenamientos del campeón de motos Ángel Nieto en el circuito del Jarama. Esa decisión, adoptada con toda la intención, en previsión de las posibles revueltas opositoras, nos ha privado del documento audiovisual pertinente.
Esa es la historia. Esa es la vivencia hermosa que Miguel Cruz guarda en su excelente memoria como una joya sin pulir, porque es así, sin adornos ni retoques, aún más bella si cabe. Una historia repleta de anécdotas, de vaivenes, reflejo del momento crucial que vivía la sociedad y la política españolas.
Al año siguiente Miguel Cruz ya no estaba en la Dirección General de Cultura Popular. La abandonó para dedicarse a su verdadera vocación: la enseñanza como catedrático de Psicología y de Pensamiento Islámico en la Universidad Autónoma de Madrid.
Como principal tesoro de esa vivencia le quedó la amistad estrecha con Guillén y sus recuerdos, intactos a pesar del tiempo transcurrido.
Confiesa que sólo en otras 2 ocasiones ha sido testigo directo de la ceremonia de entrega del Premio, “pero desde casa, sentado frente al televisor, se disfruta mucho también”.
Entre pregunta y pregunta, me lanza un secreto: “no está escrito, pero la norma de que el premio se alternara entre un español y un hispanoamericano se decidió desde el principio”.
Y también expresa un par de opiniones sobre cómo ha evolucionado el Premio Cervantes: “por un lado, creo que no hay que esperar a la ancianidad para recibir el galardón. Por fortuna, Caballero Bonald va a llegar en buenas condiciones, pero no siempre ha sido así; y, por otro lado, va siendo hora de que se abra más a las mujeres: Mercedes Salisachs se va a morir y no se lo han dado....”.
Ahí queda, por si algún oído se presta a escucharlo.
Publicado en: Archivo entrevistas-reportajes