Expertos de la UNAM hablan en la UAH de habitabilidad básica
¿Cómo ofrecer espacios habitables dignos para ese creciente número de personas que a nivel mundial no se ha dado la posibilidad obtenerlos?. Esta es la escueta pero fundamental pregunta que ha guiado el largo y fructífero quehacer profesional de los arquitectos Carlos González Lobo y María Eugenia Hurtado, que el pasado 4 de junio contaron a los alumnos de la asignatura “Intervención en la ciudad no planificada” del Master Universitario en Proyectos de Avanzados de Arquitectura y Ciudad de nuestra universidad.
En un mundo académico que tiende a ser dominado por la burocracia y la recolección de méritos para las distintas agencias clasificadoras lo primero que llama la atención de estos dos arquitectos, docentes de la prestigiosa Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es el entusiasmo con el que contagian la pasión por investigar sobre soluciones habitacionales para los más desfavorecidos del planeta. Aquellos que no pueden adquirir una vivienda digna y que viven en tugurios, en las múltiples áreas hiperdegradadas de nuestras metrópolis.
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Carlos González Lobo fue, junto a Maria Eugenia Hurtado, |
En la conferencia, ofrecieron una clara definición del papel social del arquitecto: “El hombre tiene hambre de vivienda, y nosotros, los arquitectos, somos los combatientes contra ese hambre de vivienda.”
Sin duda hay “hambre de vivienda”: Según el documento UN-Hatitat 2008, un tercio del planeta, 2.240 millones de personas, no cubre sus necesidades básicas de cobijo; 925 millones directamente viven en entornos perjudiciales para su salud; 1.100 millones no tiene acceso a agua potable; 2.400 millones carecen de saneamiento y 2.000 millones de electricidad. Y, lo peor, es que estas cifras no paran de aumentar...
Atendiendo a estos datos es evidente que algo falla en la lucha contra la precariedad habitacional. Según los profesores invitados fallan muchas cosas, pero centrándose en la arquitectura, entienden que es necesario replantear muchas perspectivas inadecuadas y malas prácticas asentadas. En este sentido, reclamaron la búsqueda de soluciones arquitectónicas adaptadas al lugar, en el sentido más amplio del término. “No hay arquitectura en lugares que no existen”, recalcaron, criticando los prototipos prefabricados e indistinguibles que se construyen por doquier, como las viviendas enviadas por las autoridades españolas a Haíti. De ahí que en todas sus propuestas y obras, realizadas principalmente en America Latina y África subsahariana, haya sido constante la adecuación de la arquitectura a la identidad cultural de los moradores, a las posibilidades tecnológicas, la adecuación al clima; sin olvidar el aspecto económico. Pero también, y esto es importante, en más de 30 años de investigación han reclamado una “arquitectura bella”. Lo social y económico no tiene porque ser sinónimo de mala calidad ni fealdad, como bien lo demuestran en sus propias obras.
Carlos González Lobo y María Eugenia Hurtado insistieron en la importancia del proyecto, del “trabajo en el tablero”, del oficio, en la solución de los problemas del hábitat, de ahí que hayan dedicado mucho esfuerzo y conocimiento a lograr, mediante comparativas proyectuales de gran rigor científico, viviendas de espacio máximo a coste mínimo.
Destacan en sus soluciones una visión progresiva de la vivienda –definen sus “casas” como “viviendas semillas”─, el desarrollo de unas estructuras de muros y cubiertas inspiradas en las de Eduardo Torroja y la adaptación y transferencia de esta tecnología a los medios constructivos existentes en las poblaciones donde construyen. Esto es lo que definen como “tecnología apropiada y apropiable” y es la base de su quehacer. Porque si en algo se caracterizan las propuestas de estos arquitectos es que son soluciones para ser construidas por los propios habitantes debido a que se utilizan tecnologías que pueden ser aprendidas y utilizadas, en la práctica, por cualquier persona. Han desarrollado, por ejemplo, soluciones de cubiertas que se construyen en el suelo, “a pie de calle”, ligeras y fácilmente resolubles con materiales sencillos, económicos y asequibles en el mercado formal, para elevarlas sobre unos muros previamente realizados con materiales autóctonos.
Gracias a la autoconstrucción, realizada con la participación de todos los beneficiarios de las viviendas y equipamientos que construyen, se logra: por un lado, realizar las obras al abaratar el costo de mano de obra y de los medios auxiliares; por otro, fomentar la convivencia y la estructura social del futuro asentamiento al trabajar todos por el bien común y, por último, establecer una relación de empatía con el objeto final al tomarlo como propio ─premisa indispensable para que el proyecto de cooperación genere desarrollo en la comunidad.
Para obtener estas soluciones, aparentemente sencillas y rápidas, González Lobo y Hurtado, inciden en el trabajo continuado y riguroso: “El buen arquitecto es el que tira a la basura miles de soluciones que no sirven confiando en que llegará el momento de que alguna sirva… y ese momento llega. Tan sólo hay que tener la energía suficiente para seguir trabajando.”
Publicado en: Archivo entrevistas-reportajes