Como tantos españoles nacidos en los años cincuenta, soy nieto e hijo de personas sin ninguna formación, después huérfano de madre a los ocho años. Y, como tantos otros, al ser cuatro hermanos, al pequeño y a mí nos enviaron al colegio de los Padres Josefinos de Sigüenza, del que nos escapamos a los pocos meses para retornar a casa. Tuve la fortuna de poseer un padre admirable, diletante, pero que con su esfuerzo, y gracias a la universidad pública, consiguió darnos la formación que él soñaba. Me licencié en Historia del Arte en la Universidad de Valladolid.
Ahora llega el final de mi vida laboral, después de 47 años en dos escuelas de arquitectura: la de Valladolid, donde obtuve la cátedra en 1992; y la de Alcalá, en la que tuve mi concurso en el año 2006 (dos años fui director del Instituto de Patrimonio Cultural de España, del Ministerio de Cultura, 2019-2021).
Desde muy joven me atrajo la protección del patrimonio cultural. Al principio, en los años setenta, a los defensores nos llamaban iluminados, pero poco a poco la sociedad española se fue dando cuenta de que nuestro pasado no solo explica nuestra identidad, sino también que se constituye en una gran fuente de recursos y bienestar. Fui discípulo de grandes maestros como Martín González, Simón Marchán, R. Pane, P. Marconi, G. Cristinelli y otros que dejaron honda huella en mí.
La estancia en la Universidad de Valladolid fue prolífica en actividades docentes y científicas con publicaciones y congresos. También en colaboraciones como miembro de varias reales academias y organizaciones nacionales y extranjeras. Fui vice-chairman de la Carta de Cracovia 2000, que reunió a 35 universidades; redacté varias leyes de patrimonio y recibí reconocimientos de instituciones como la Unión Internacional de Arquitectos, la Junta de Castilla y León, varias universidades, etc. Quizá lo más recordado de aquella etapa fue la fundación de la Feria y congresos AR&PA, Arte y Patrimonio (1998-2005) en la Feria Internacional de Muestras de Valladolid, con más de 40.000 visitantes cada convocatoria y congresos con más de 700 matriculados inaugurados por la reina de España.
En el año de 2004 tuve la oportunidad de venir a la Escuela de Arquitectura de la universidad de Alcalá, en la que se encontraban muy buenos profesores, como los ya jubilados doctores Maderuelo y Zarza. Era rector el Dr. Virgilio Zapatero, un casi paisano, ya que él es de Cisneros y yo nací en Palencia, aunque fui criado Sahagún (León), pueblo cercano al Camino de Santiago.
La ciudad del Henares poseía una universidad con la que había tenido contacto como codirector de su Master de Restauración con Lauro Olmo, Carlos Clemente y Rodrigo de Balbín. Era una ciudad declarada Patrimonio Mundial que renacía como el ave fénix y recuperaba el sentido universitario que le otorgó el Cardenal Cisneros como Ciudad del Saber.
UNA ETAPA LLENA DE SATISFACCIONES
Tuve la fortuna de que el Dr. Fernando Galván, nuevo rector, me ofreció formar parte de su equipo como vicerrector (2010-2014) y, desde entonces, he seguido vinculado al patrimonio de la institución como delegado, asesor o director hasta nuestros días. Siempre conté con la ayuda de la OGIM, de los vicerrectores, la FGUA y del director de Cultura. Esta etapa ha estado llena de satisfacciones para el patrimonio histórico académico, con la creación del Museo de Arte Iberoamericano, la restauración con fondos del Ministerio de Fomento de varios edificios como los claustros, la fachada de la universidad, la capilla, Basilios... Esfuerzos que continúan con el rector actual, el Dr. José Vicente Saz, y que se amplían a otros campus.
Esta labor de la UAH ha sido recompensada por instituciones nacionales y extranjeras con prestigiosos premios como el de Buenas Prácticas de Hispania Nostra, el de Europa Nostra/Unión Europea en Berlín, la medalla de oro de la Real Academia de Bellas Artes, el nacional de AR&PA, varios del Ayuntamiento de Alcalá, etc. También ha continuado la puesta en valor de nuestro patrimonio y su presencia en el mundo.
Quizá, de lo que un profesor universitario como funcionario público pueda estar más orgulloso al final de su carrera es de la esperanza de que su trabajo haya servido a nuestros estudiantes y a su alma mater.