Huella de carbono de los alimentos y conveniencia de incluirla en el etiquetado

Fri Mar 15 08:53:41 CET 2019

La Cátedra de Ética Ambiental de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno en la Universidad de Alcalá lidera un informe sobre la huella de carbono de alimentos de amplio consumo en España, como el aceite de oliva o el pan rallado, y propone diversas formas de incluirla en el etiquetado

El informe recoge los resultados de un proyecto piloto orientado a promover un consumo más responsable, a través del etiquetado de huella de carbono de los alimentos y su incidencia en el cambio climático.

A priori los participantes en el estudio piloto tenían la percepción errónea de que el consumo de alimentos no tiene emisiones asociadas y que “solo contamina la industria”.

El informe se presentará este viernes, 15 de marzo, a las 10:00 h, en la sede en Madrid de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno.

El profesor Emilio Chuvieco, director de la Cátedra de Ética Ambiental Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno – Universidad de Alcalá, presentará el próximo viernes el informe “Cálculo y etiquetado de huella de carbono en productos alimentarios”. El documento recoge los principales resultados de un proyecto piloto en el que han participado también expertos en Marketing de la Universidad Pontificia de Comillas-ICADE, empresas productoras de los alimentos analizados, una consultora especializada, además de Carrefour y Mercadona como representantes del sector de gran distribución de nuestro país.

El objetivo principal del proyecto ha sido calcular la huella de carbono de alimentos de amplio consumo en España, analizar la viabilidad de un posible etiquetado de huella de carbono de los mismos y estudiar la reacción de los consumidores. El proyecto evidencia el interés del cálculo de la huella de carbono, en tanto que ofrece información al productor y al consumidor relativa al impacto que sobre el cambio climático suponen las distintes fases del ciclo de vida de los alimentos.

“Cada cosa que compramos, cada alimento que comemos o cada decisión sobre la forma de transportarlos tiene un impacto sobre el balance global de emisiones de gases de efecto invernadero, ya que cualquiera de estas actividades ha requerido para su cultivo, fabricación, transporte y eventual reciclado una determinada cantidad de energía y materias primas. Además, se han generado residuos que conllevan a su vez una cierta cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero y otros compuestos químicos”, señala Emilio Chuvieco, que ha liderado el estudio.

Sin embargo, el estudio ha descubierto que los consumidores participantes en el estudio piloto, de distintos estratos socioeconómicos, asumían de partida que el consumo de alimentos no tiene emisiones asociadas y que “solo contamina la industria”.

Como ejemplo de lo erróneo de esta percepción, hasta un alimento tan reconocido por sus propiedades cardiosaludables como el aceite de oliva tiene una huella de carbono que varía en función de los fertilizantes o pesticidas utilizados en su cultivo, las fuentes y cantidad de energía utilizadas en su elaboración y envase o el tipo de transporte y combustible utilizado en su distribución.

“En el caso del aceite, los valores obtenidos (1,67 kg de CO2 equivalente por cada kilo, para el envasado en vidrio y 1,22 kg para el envasado en lata) son inferiores al promedio del aceite de oliva convencional (situado en torno a los 1,32 kgCO2e), gracias en buena parte a un tipo de cultivo muy cuidado. Se observa además que el impacto del tipo de envasado influye mucho en el total de emisiones del producto. El envasado en vidrio implica una huella de carbono 66,6% superior al envasado en lata”, aclara el profesor Chuvieco.

La huella de carbono es un indicador ambiental que permite cuantificar numéricamente las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que genera la fabricación de un producto, la prestación de un servicio o incluso el conjunto de actividades de una organización. En definitiva y de modo simplificando, su impacto sobre el cambio climático.

En los últimos años, la Unión Europea ha dado pasos para evaluar la posibilidad de establecer normativas relacionadas con el cálculo, verificación y comunicación al consumidor de este tipo de indicadores. En nuestro país, se ha avanzado notablemente en el inventario de emisiones de Gases de efecto invernadero de organizaciones, el registro de los resultados e incluso la compensación de estas emisiones.

No ha ocurrido lo mismo con el cálculo y comunicación de la huella de carbono de los productos a la venta, como los alimentos, que parece entrañar una complejidad mayor. Sin embargo, la huella de carbono como indicador ofrece grandes posibilidades para concienciar al consumidor del impacto que sobre el cambio climático la alimentación.

prensa@uah.es