¿Por qué lo llamamos depresión si queremos decir tristeza?

La depresión es una enfermedad crónica y recurrente del estado del ánimo que afecta a entre el 8% y el 12 % de la población y representa una de las principales causas de discapacidad. Pero ¿estar triste es estar deprimido? La respuesta es no.

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Guillermo Lahera.

Y, por tanto, la atención que debe prestarse a una persona enferma de depresión nada tiene que ver con la atención que necesita alguien que, por circunstancias de la vida, se sienta triste y esté sufriendo.

La depresión puede darse entre personas de todas las edades, clases sociales, razas y grupos étnicos. Aunque puede ocurrir a cualquier edad, afecta más a población entre los 15 y 45 años. Como señala el profesor de Psiquiatría y Psicología Médica de la UAH, Guillermo Lahera, ‘el paciente está desproporcionadamente triste, decaído, sin fuerzas ni ganas de realizar actividades, inseguro y con frecuentes pensamientos negativos sobre sí mismo, el pasado y el futuro. El sujeto se siente atrapado en la desesperanza y con una escasa consideración de sí mismo, con intensos sentimientos de culpa e inutilidad.. Experimenta con perplejidad que su mente no funciona con la agilidad y precisión previas, nota bloqueos, despistes, dificultad para tomar decisiones o planificar tareas; en la gran mayoría de los casos pierde apetito y tiene dificultades para dormir’.
Este tipo de síntomas se pueden confundir con estados de tristeza y sufrimiento pero, como señala Lahera, la clave es entender que la tristeza y el sufrimiento son inherentes a la vida y no son trastornos mentales que requieran tratamiento. ‘Las emociones negativas, como la tristeza, la rabia, la desazón, el odio…, nos han servido evolutivamente para sobrevivir y adaptarnos al medio. Tratar de suprimirlas y vivir solo con emociones positivas es un sinsentido en un mundo imperfecto y en muchos aspectos injusto’, explica.

Las emociones negativas se diferencian de la depresión en que suponen una reacción directa a un acontecimiento vital, de forma proporcionada y sin afectar tan negativamente al funcionamiento del sujeto como lo hace la depresión. ‘Un criterio para diferenciarlo es preguntarse cómo estaría el sujeto si no hubiera ocurrido ese suceso (por ejemplo, perder a un ser querido, perder un trabajo, separarse…). En las emociones negativas, el sujeto responde que estupendamente.
También hay diferencias fisiológicas: en individuos con depresión, multitud de estudios de neuroimagen apuntan hacia la existencia de una alteración básica de la regulación del ánimo: reducción del volumen del hipocampo, hiper-activación de la amígdala ante estímulos negativos, atenuación del circuito de recompensa de la corteza prefrontal, estriado y núcleo accumbens… ‘La depresión afecta a todo el cuerpo, a la percepción del dolor, a los ritmos circadianos, al tono de voz…, es una enfermedad que va más allá de la emoción’, matiza el experto.

El objetivo a conseguir es doble, por tanto: por un lado, tratar de evitar la medicalización excesiva del sufrimiento, y para ello los médicos de familia deberían tener más tiempo de atención asistencial por paciente, recibir más formación en Salud Mental y se deberían incorporar psicólogos en los centros de Atención Primaria. Y, por otro, y como consecuencia de lo primero, sería deseable identificar y tratar rápidamente los casos reales de depresión. ‘Porque la banalización del término, a la vez que produce un sobrediagnóstico y sobretratamiento, hace que no se prioricen los casos graves’, manifiesta el profesor de la UAH.

En el caso de la depresión el mejor tratamiento es el individualizado, integral y acorde con las guías internacionales de práctica clínica. Los tres componentes fundamentales son: tratamiento farmacológico, psicoterapia y psicoeducación. El diagnóstico y tratamiento de la comorbilidad, es decir, de la existencia de enfermedades asociadas, también es importante.

Si no estamos ante una depresión, sino ante una reacción emocional, no se requiere tratamiento. ‘La persona tiene que asumir lo ocurrido, afrontarlo y en ocasiones pasar por la tristeza, que le ayudará a salir adelante. El duelo por un ser querido es el ejemplo más claro: no queda más remedio que pasar por él. Otra cosa es si dura excesivamente o aparecen síntomas añadidos’.

Porque sí, se pueden ‘cruzar fronteras’ y lo que es un estado de ánimo negativo puede derivar en una depresión. ‘Es el caso del paciente que inicia un auténtico cuadro depresivo con un desencadenante vital muy claro. De manera inversa, el paciente que ha tenido depresiones puede tender a interpretar como recaídas sus reacciones negativas a eventos de la vida’.

Para terminar, un mensaje de esperanza: la tristeza, el sufrimiento, se pasa. Y la depresión también se pasa. ‘En la gran mayoría de casos, la depresión responde al tratamiento, y en muchos se consigue la desaparición de síntomas. Con un correcto tratamiento, los episodios depresivos mayores desaparecen en su totalidad en al menos 2/3 de los casos. Sin embargo, una depresión sin tratar dura como promedio de 6 a 9 meses, y algunas pueden ser crónicas y durar muchos años. Por tanto, los beneficios de tratar la depresión (con fármacos o psicoterapia, o con ambas) son indiscutibles’. Eso no implica que deba ser contemplada como un hecho aislado, porque en realidad es una enfermedad con altas tasas de cronificación y recurrencia. ‘Tras un episodio depresivo, el 50-60 % de pacientes tiene un segundo episodio; tras dos episodios, el 70% tiene un tercero; y tras tres episodios, el 90% recae’.

Publicado en: Reportaje