La crueldad en los seres vivos, una cuestión de supervivencia

Siempre pensamos en naturaleza asociada a armonía, sabiduría... Pero, como el ser humano, el resto de los seres vivos también tiene ‘defectos’. En esta entrevista el profesor de la UAH, Manuel Peinado, biólogo y divulgador, habla de la crueldad asociada a los seres vivos.

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Marsopa atacada.

El experto, catedrático del departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, ha superado el millón de lecturas en la plataforma de comunicación ‘The Conversation’ en menos de un año de colaboraciones. Uno de los artículos con más éxito ha sido, precisamente, el relacionado con la crueldad en la naturaleza, de la que ahora habla para el diario digital de la UAH.

-¿De dónde nace la crueldad en los animales y en las plantas, profesor, y qué la motiva?
-Los conceptos de crueldad y su contrario, la amabilidad o la beneficencia, como quiera llamarse, son conceptos antropocéntricos. Los seres vivos somos ‘máquinas de supervivencia’ movidas por lo que Richard Dawkins llama los ‘genes egoístas’. La lucha por sobrevivir y la supervivencia del más apto son los motores de la evolución y se manifiestan de distintas formas, algunas de forma ‘cruel’, como los depredadores que atacan a sus presas o los hongos que parasitan a otros organismos, pero también como manifestaciones de colaboración entre especies muy distintas, lo que se conoce en biología como mutualismo o simbiosis. Pensemos por ejemplo en las bacterias: algunas las podemos considerar ‘crueles’ porque nos transmiten enfermedades (por ejemplo, la listeriosis tan de moda estos días) y otras ‘benéficas’ porque forman parte de nuestra flora intestinal y sin ellas no podríamos vivir. Es una cuestión de perspectiva, pero no es más que una interpretación antropocéntrica de la lucha por la vida.

- Háblenos de algunos ejemplos de animales y plantas donde la crueldad sea más palpable
-La lista sería interminable. Pondré algunos ejemplos: cuando un macho alfa león se apodera de una manada de hembras después de luchar y derrotar al macho alfa anterior, asesinará a todas las crías descendientes de este último, para que sus genes, los del vencedor, se impongan en las siguientes generaciones y desaparezcan los del perdedor. El ‘infanticidio estratégico’ es común en diversas especies de primates, incluido uno de sus embajadores más pacíficos, el lémur de Madagascar, cuyo macho no dudará en distraer a su pareja para lanzar a su cría desde el árbol. Igualmente, la práctica del canibalismo es muy común en algunas especies, desde aves hasta peces, pasando por los entrañables hámsteres que cuidan con mimo muchos niños y que no dudan en comerse a sus crías bajo determinadas circunstancias. También se ha descubierto que era habitual en algunas especies de dinosaurios en períodos de escasez de alimentos.
La eliminación de competidores produce espectáculos que pueden resultar impactantes para quienes contemplan a los animales como seres bondadosos. Pongamos el ejemplo de los delfines: ¿quién no sonríe viendo el simpático rostro de un delfín?, ¿y quién no siente pánico ante las terribles mandíbulas de un tiburón? Los ‘simpáticos’ delfines son protagonistas de crueles matanzas que nunca han sido observadas en los ‘terroríficos’ escualos.  Algunas especies de delfines de gran tamaño se organizan en manadas y matan a otros mamíferos marinos, como las marsopas u otras especies de delfines. Usan sus mandíbulas como bastones y desgarran tejidos con sus afilados dientes. Las matanzas no tienen como objetivo la alimentación sino eliminar competidores. Las primeras evidencias sobre las conductas agresivas de los delfines empezaron a aparecer en los primeros años de esta década, cuando se halló gran cantidad de marsopas muertas en todo el mundo. Al estudiar los delfines muertos, se descubrió que habían sufrido fracturas múltiples, graves lesiones internas y mordidas. Las marcas dejadas por los dientes de los atacantes fueron la clave para determinar por qué habían muerto. Cuando los científicos compararon las marcas con mandíbulas de mamíferos marinos, descubrieron que las mordidas coincidían con las dentaduras de delfines.
En las plantas, la lucha es por los recursos más cercanos, el agua y los nutrientes del suelo, principalmente. Muchas plantas, quizás la inmensa mayoría, segregan sustancias a su alrededor que matan a su propia descendencia porque inhiben la germinación de sus propias semillas. Es algo así como un ‘infanticidio’ provocado para mantener la supervivencia de la madre cuando los recursos escasean, como ocurre con los hámsteres. Nos pasa desapercibido, pero sucede a nuestro alrededor todos días y a todas horas.

-Imaginamos que este ámbito, como otros, también habrán evolucionado… ¿para bien o para mal?
-Todo lo que nos rodea es consecuencia de la evolución. Es la supervivencia del más apto. El bien y el mal son, como he dicho, conceptos antropocéntricos relativistas. Así es como funcionan las cosas cuando los organismos son producto de un proceso ciego, mediado por la reproducción diferencial y donde cualquier pequeña ventaja puntual es aprovechada al máximo sin importar nada que no sea una mayor probabilidad de supervivencia inmediata. La selección natural no sabe de efectos secundarios a largo plazo ni de daños colaterales. Muy al contrario, únicamente pesa en una eterna balanza a unos y otros organismos. Un escenario muy diferente, y con resultados muy distintos, a lo que cabría esperar de ese sofisticado taller de un diseñador omnipotente que sostienen los creacionistas.

-¿Cuál es, en su opinión, el modelo de crueldad paradigmático en la naturaleza?
-Sin duda alguna, el del hombre con el medio. El hombre, como los demás seres vivos, es fundamentalmente un ser egoísta, pero a diferencia del resto de los seres vivos, la cultura y la educación corrigen nuestras tendencias cainitas. Ahora bien, nuestro comportamiento con el medio sobrepasa a la educación y a la cultura: envenenamos el medio con todo tipo de contaminantes, agotamos los recursos, abandonamos en la pobreza a millones de nuestros congéneres, y un largo etcétera. El león que devora a los descendientes de otro macho no es consciente de su crueldad. Los seres humanos destruimos (o consentimos que se destruya) la naturaleza siendo perfectamente conscientes de la crueldad de nuestros actos.

 

Publicado en: Entrevista