J.A. Sagardoy, Doctor Honoris Causa y ‘maestro’ del derecho laboral español

Nació en 1935 y todavía sigue activo y consciente de la realidad laboral del entorno. Juan Antonio Sagardoy ha sido investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alcalá recientemente.

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J. A. Sagardoy.

Como señalaba en la ceremonia de investidura su padrino, el profesor de la UAH, José Luis Gil y Gil, Sagardoy ‘ha contribuido de forma significativa
a la evolución del pensamiento jurídico-laboral, en asuntos muy apegados a la sociedad y a la realidad de los distintos momentos’. Conocido como el ‘padre’ del Estatuto de los Trabajadores, este jurista, docente e investigador, que fue catedrático de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social en la UAH, opina sobre su investidura y sobre otros asuntos relacionados con el trabajo.

-Imaginamos, señor Sagardoy, que está contento con este reconocimiento por parte de la Universidad de Alcalá en la que, además, usted también ha trabajado como docente…
-Estos reconocimientos universitarios para quienes hemos pasado nuestra vida entre las aulas y con miles de estudiantes que van a ellas a formarse y obtener un título profesional es la mayor satisfacción que uno puede tener.  Si además el reconocimiento viene de un centro universitario como Alcalá, con cientos de años y con alumnos tan significativos como Lope de Vega, Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz y otros muchos importantes personajes, la satisfacción se acrecienta.

-¿Qué recuerdos tiene de su etapa en la UAH?
-Cuando llegué a Alcalá la Universidad, cerrada desde 1836, comenzaba su nueva andadura.  Todo era escaso en lo material y abundante en lo espiritual, porque todos queríamos dar la talla.  Yo diría que lo que más campeaba por las aulas era la ilusión; enorme ilusión y conciencia de que estábamos haciendo historia.  Las clases las dábamos en barracones, pero aleteaban por ellos los siglos de alta docencia que había conocido la ‘Complutensis Universitas’.

-Este reconocimiento le llega después de muchos otros: Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort, la Medalla de Honor del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid... pero el perfil docente que tiene esta distinción me imagino que para usted es también especial…
-Cuando uno resulta premiado por su actividad, realizaciones y trayectoria lo primero que uno siente es el agradecimiento y también piensa que ha entrado en juego cierta suerte, pues seguro que hay bastantes personas que también merecen el premio o la distinción.  Pero de lo que he recibido en mi vida, y sin que ello desmerezca otras distinciones, sino al contrario, ésta supone un cénit en mi vida y es la que más me ha ilusionado.

-Le conocen en el mundo jurídico como el ‘maestro’ del Derecho del Trabajo, ¿cómo estima usted que estamos en España en este momento en ese ámbito, qué reformas son necesarias y si las que se han hecho han dado los frutos esperados?
-España, como cada país, tiene su propia historia laboral. En concreto, cuando Europa comenzaba su andadura democrática después de la terrible Guerra Mundial, en España salíamos de una Guerra Civil con la instauración de un régimen autoritario.  Ese régimen instauró una legislación con intervención exclusiva del Estado en la regulación de las condiciones de trabajo, negando la libertad sindical, la negociación colectiva y la huelga.  El sistema se terminó con la constitución de 1978 y el Estatuto de los Trabajadores.  Pero los cuarenta años ‘reglamentistas’ dejaron mucha huella, mucha costumbre.  Y de ahí que quizá el mayor hándicap de nuestro modelo laboral haya sido la falta de flexibilidad interna y externa.  No se podía, sin graves dificultades, modificar los salarios, la jornada, las tareas asignadas y, para muchas decisiones empresariales –por ejemplo, un traslado- era preciso la aprobación administrativa.  Y en cuanto a la flexibilidad externa – el despido- los mecanismos eran muy complejos y caros, desincentivando la contratación.
Con el Estatuto de 1980 se pusieron los cimientos y con la reforma de 2012 se ha producido una cercanía intensa a los modelos europeos, sobre todo con la instauración de una amplia flexibilidad interna. Pero se han producido abusos que deben corregirse por razones de responsabilidad social y de pragmatismo económico.  En mi discurso de investidura titulado ‘Cisnes Negros en el Estanque Laboral’ denuncio la dura realidad del trabajo precario, los salarios bajos y el sistema de pensiones, muy necesitado de un Pacto de Estado.  Estamos llegando a una situación muy distinta a la de hace muchos años en los que la meta era ‘un empleo para toda la vida’, mientras que ahora lo que impera como meta es ‘toda la vida con empleo’, aunque sea en trabajos, empresas y tareas distintas.  Pero eso no debe llevar a una realidad social sin imperativos éticos.

-¿Se imaginaba usted cuando redactaba el proyecto de Estatuto de los Trabajadores, allá por los 80, que el trabajo se fuera a convertir en un bien tan preciado en nuestro país pero, a la vez, tan depreciado y tan despreciado?
-Hoy el trabajo se ha convertido en el bien por excelencia, y para que haya un alto nivel de empleo son precisas dos cosas: cambio de modelo productivo (si es posible) y mucha formación.  Hoy el 75% del empleo está en el sector servicios, y este sector –que precisa cambios- requiere poca cualificación y está dotado de mucha estacionalidad.
Tenemos que volcarnos en la economía del conocimiento, pues de lo contrario estaremos en el furgón de cola.  Y debemos mejorar nuestra sociedad, pues como he dicho en alguna ocasión: hoy por hoy, la clase alta no tiene clase, la clase media no tiene medios, y la clase trabajadora no tiene trabajo.

-Comprobamos año tras año que sigue en plena actividad, ¿qué reto tiene por delante, qué le gustaría emprender o desarrollar en esta etapa de su vida?
-Sigo en plena actividad porque no dejo de ponerme metas y porque tengo buena salud.  Digo en algunas conferencias que para vivir con plenitud y seguir ‘dando guerra’ hay que tener siempre ‘algo que pensar, algo que hacer y algo que desear’

Publicado en: Entrevista