Huracanes, los grandes 'monstruos' de los océanos

Los huracanes han golpeado al caribe y la costa atlántica americana con especial virulencia esta temporada, ocasionando pérdidas humanas y numerosos daños materiales y naturales. Pero ¿qué sabemos en realidad de estos fenómenos meteorológicos que en estos días visitan también la costa atlántica europea, con especial incidencia en las islas británicas?

 

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Juan Javier García-Abad Alonso.

Imaginemos el agua de una piscina en pleno mes de agosto, a las 17.00 horas, con una temperatura superior a los 27-28 grados. Ahora, pensemos que esas mismas condiciones se producen en mitad del océano hasta a 20 metros de profundidad… ¿Qué ocurre con todo ese potencial energético? Un huracán de consecuencias imprevisibles. En esta entrevista, el profesor de Climatología de la UAH, Juan Javier García-Abad Alonso, responde a algunas cuestiones generales sobre huracanes.

-Profesor, ¿cómo se forman los huracanes?
-En principio, hablar de huracanes es hablar de los ámbitos geográficos intertropical, sobre todo, y parte del subtropical; es decir, allí donde hace más calor durante el conjunto del ciclo anual. Suelen generarse con mayor frecuencia entre los 10 y 20 grados de latitud, pero toman trayectorias hacia latitudes más altas (hasta los 30 grados o más). Las elevadas temperaturas permanentes, casi permanentes o con pocas interrupciones a lo largo del año son su caldo de cultivo fundamental. En segundo lugar, interviene la presencia de extensas masas de agua en esas latitudes, las de los grandes océanos, de donde no solo capta el agua sino, lo que es más importante, un calor ‘revuelto’, si se me permite expresarlo así, por la incorporación de grandes volúmenes de aquel elemento turbulento al aire atmosférico. En tercer lugar, hay también factores que influyen en sentido opuesto a que se produzcan, o bien que impiden, ralentizan o aminoran esa extraordinaria captación de energía inestable, como por ejemplo la irrupción de agua fría de las corrientes oceánicas que ocurren en el Pacífico y Atlántico Surorientales (las famosas de Humboldt y Benguela, respectivamente). Gracias a ello, además de a otras causas que complicarían la explicación, los ecuatorianos, peruanos, angoleños, namibios, entre otros, sufren poco los riesgos. Dicho de otro modo, se salvan los habitantes de las costas occidentales de los grandes continentes del Hemisferio Sur.

-¿Por qué siempre afectan a las mismas zonas, cuáles son éstas y en qué épocas se ven afectadas fundamentalmente?
-La primera pregunta se responde por lo comentado antes (áreas de elevadas temperaturas y grandes extensiones oceánicas). Pero, por ampliar algo la respuesta, conviene destacar que otra excepción geográfica es las costas ecuatoriales, tropicales y subtropicales de África Occidental (Canarias, incluida), en donde la afección de los huracanes es baja, debido a que los vientos Alisios, de componente Este, en concurrencia con las Corrientes de Canarias y Ecuatorial del Norte, dirigen los ciclones hacia América (lo mismo le ocurrió a Colón). Otra curiosa salvedad es que no se originan en las proximidades de la línea del Ecuador, pues raras veces se forman ciclones tropicales en las latitudes comprendidas entre 5°N y 5°S porque allí los efectos de la ‘fuerza de Coriolis’ (fuerza aceleración que se produce cuando un objeto rota, generando una trayectoria curva) son nulas o muy bajas. Piénsese que el giro rápido del viento es el ingrediente que todos visualizamos en un huracán, ¿verdad?; pues el caso es que a esas latitudes tan bajas el margen para desviar fluidos que imprime la rotación terrestre es todavía muy escaso.
Las zonas donde se generan en principio son siempre las mismas. Si atendemos a un orden de mayor a menor frecuencia, serían las siguientes: en primer lugar, el Pacífico en torno a las Palau y Mar de China Meridional, pocos grados al Norte del Ecuador (julio a octubre), cuyas trayectorias afectan a Filipinas, Indochina, la China cantonesa y Japón; en segundo lugar, el Pacífico próximo a las costas de Acapulco (México), al sur del Trópico de Cáncer (agosto-septiembre), afectando a la costa pacífica mexicana y centroamericana; en tercer lugar, el Índico suroriental próximo a las costas de Australia Noroccidental, algunos grados al Norte del Trópico de Capricornio (enero-marzo, pues estamos en el hemisferio sur), afectando a ese mismo territorio; y, en fin, en cuarto lugar y sucesivos, otros focos bien conocidos a través de los medios de comunicación: el Atlántico a la altura de las Pequeñas Antillas, en torno a los 10-15 grados de latitud norte (agosto-octubre), afectando a todas las Antillas y costas caribeñas, Florida, Georgia y Carolinas; en el Índico Norte (Golfo de Bengala y Mar Arábigo), entre los 10 y 20 grados Norte (mayo-junio, octubre-noviembre) afectando a la India, Bangla Desh y Myanmar.
En esta descripción geográfica, destaca sobremanera lo muy agraviada que queda México y Centroamérica, pues son territorios que pueden recibir huracanes tanto por su flanco caribeño como pacífico.
La recurrencia en el tiempo está bastante bien acotada: la temporada de huracanes en el Atlántico, por ejemplo, va del 1 de junio al 30 de noviembre. De todas formas, aunque con mucha menor frecuencia, se pueden producir en meses invernales y primaverales.

-Llama la atención que siempre tengan nombres propios, ¿cómo se eligen los nombres y por qué?
Sí, ciertamente. Es curioso. El caso es que el nombre está preestablecido de antemano. Todo surgió por el hecho de que Colón y los conquistadores españoles, que documentaron los primeros huracanes, emplearon nombres de santos para identificarlos. A partir de ahí, la tradición de emplear nombres propios se mantuvo con vicisitudes muy curiosas, hasta que en 1979 la Organización Meteorológica Mundial decidió un protocolo sistemático, aplicándolos alternativamente nombres de hombre y mujer que comienzan con iniciales siguiendo el orden del alfabeto. Hay series de listas diferenciadas por zonas geográficas y secuencias de años (las listas se reciclan cada seis temporadas), de modo que empezando con la A se va asignando el nombre ya previsto según acontecen y el que toque toca según los ciclones tropicales cumplan con el requisito de intensidad para ser considerados como huracán. Por ejemplo, en el Atlántico Tropical Occidental, en 2014, la serie comenzó por Arthur, Bertha, Cristobal, Dolly, Edouard,…., y así hasta llegar a Wilfred. Según parece, en 2005 se tuvo que echar mano del alfabeto griego, pues se acabaron las letras del latino.

-¿Cómo se prevé la virulencia de un huracán y su nivel de intensidad?
-Las fases de la generación, desarrollo y evolución de este fenómeno se conocen muy bien, así como la probabilidad de formación de un huracán; pero no los valores concretos con que se van a manifestar en cada momento y en cada lugar. El ingrediente espacial (¿qué trayectoria adquirirá?, ¿dónde va a hacer más daño?), ya sea antes o después, dentro de la evolución del huracán, es uno de los aspectos menos predecibles. El comportamiento de los huracanes tiene un grado de imprevisibilidad suficiente como para que los modelos numéricos y pronósticos no den en la diana que las medidas de prevención desearían. Cada huracán es ‘de su padre y de su madre’, empleando un lenguaje coloquial.

-¿La mayor virulencia que se observa este año está relacionada con el cambio climático o es una circunstancia puntual?
-En el caso de los huracanes, su frecuencia viene siendo más o menos la misma desde la década de 1950, apenas ha cambiado o el aumento comprobado hasta ahora es pequeño; pero lo que sí está confirmado es que la intensidad y virulencia de los huracanes es mayor en los últimos años. Estudios bien fundados lo han puesto en evidencia en la serie de 26 años que va desde 1981 a 2006. Y este es un pasito más que puede contribuir a verificar aquella teoría científica.
De todas formas, otros pasos se tienen que seguir dando. No podemos olvidar la influencia que las corrientes marinas puedan tener también en aquella elevación térmica. El mundo oceanográfico es tan complejo como el atmosférico, pero seguramente peor conocido al día de hoy. Igualmente, avanzar en el conocimiento de la influencia que pueda tener en el clima actual las manchas, tormentas y erupciones solares, entre otros factores, contribuiría a explicar mejor los claros sesgos detectados en los registros climáticos de las últimas décadas.

-Siempre hablamos de los destrozos humanos y materiales que ocasionan los huracanes, pero el destrozo ambiental que afecta a las plantas y a los animales y al entorno en el que se producen también es mayúsculo…
-Este es un tema muy interesante, pues en principio los daños pueden llegar a ser terribles, si la intensidad del huracán es grande: no solo caída y destrozos de árboles y afección a la vegetación en general, sino también destrucción de arrecifes, muertes directas por los impactos y devastación de decenas y centenas de miles de ejemplares de poblaciones animales (aves, mamíferos, moluscos y demás ictiofauna, etc.). Por poner un ejemplo, Katrina (2005) ocasionó la muerte y el abandono de 600.000 animales según el Congreso de los EE.UU. Los planes de contingencia para los animales domésticos brillan por su ausencia.
Pero, además, afecta a los propios sistemas naturales y ecosistemas que albergan la vida salvaje: humedales, cursos de agua, líneas de costa, sistemas marinos litorales, transporte de sedimentos, aparición de nuevas microgeoformas o alteración de otras, etc. Estos cambios paisajísticos también afectan al día después.
Igualmente debemos tener presente que en los medios ecuatoriales y tropicales, los seres vivos están bastante adaptados a los huracanes y éstos contribuyen al proceso de renovación intrínseca de la naturaleza del que se retroalimentan sus poblaciones, tanto en lo demográfico como en lo dinámico-estructural. Tras las notables pérdidas, las poblaciones son capaces de salir adelante y perduran, mermadas pero revivificadas. Los huracanes, en este sentido, contribuyen a que podamos entender mejor los numerosos y complejos mecanismos que tiene la naturaleza para recomponerse, variar y evolucionar.

-¿Tenemos que prepararnos en los próximos años para este tipo de huracanes tan violentos?
-La verdad es que Irma ha alcanzado un récord: antes ningún huracán de los que están documentados en el Atlántico había presentado vientos sostenidos de 290 km/h durante más de 48 horas. Cierto es que no es el récord de velocidad punta, ostentado por Olivia en la Isla de Barrow (Australia Occidental), donde en 1996 se registraron ráfagas de hasta 408 km/h, pero da que pensar. Tenemos que prepararnos para cualquier huracán, sean más o menos violentos.

 

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