Productividad y horario laboral, a análisis

¿Trabajamos más y producimos menos que nuestros vecinos europeos?, ¿cuáles son las tendencias en el ámbito del trabajo, hacia dónde caminamos? El catedrático de Economía, Carlos García Serrano, ofrece en esta entrevista una visión sobre estos asuntos de actualidad relacionados con el ámbito laboral

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Carlos García Serrano.

-Profesor, para empezar, ¿es verdad o es un mito que la jornada laboral en España sea la más amplia de todos los países de nuestro entorno europeo?
-La primera cuestión que hay que aclarar cuando se trata de comparar la jornada laboral entre países es cómo se realiza dicha comparación. Lo habitual es medir el número medio de horas anuales que se trabajan. Para ello, se estima el volumen total de horas trabajadas en un año y se divide entre el número medio de personas ocupadas. Eso arroja una estimación de lo que trabaja el individuo medio en la economía. Cuando se hace esto, de acuerdo con los últimos datos disponibles (2017) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el número anual medio de horas de trabajo en España es actualmente de 1.687 horas. Si nos comparamos con los países europeos, encontramos que tanto en los países nórdicos como otros del centro se trabaja menos en media: en Noruega 1.419 horas, en Suecia 1.454 y en Finlandia 1.531, mientras que en Alemania 1.356, en Dinamarca 1.408, en los Países Bajos 1.433 y en Francia 1.514. España se encontraría en un grupo (junto con Irlanda, Italia, Hungría, Portugal y Eslovenia) con cifras en torno a las 1700 horas. Apenas hay países europeos en que se trabaja más de 1.800 horas (en Polonia 1.812, en Estonia 1.813 y en Grecia 1.906). En algunos países no europeos las cifras son más elevadas (1.954 en Chile y 2.024 en Corea del Sur). En los Estados Unidos de América la media es menor (1.780 horas). De todas formas, estas cifras son estimaciones basadas en las cuentas nacionales de cada país, por lo que las comparaciones hay que tomarlas con cautela. Reflejan mejor las tendencias a lo largo del tiempo.

-La revolución industrial generó en su momento la aparición de derechos sociales que han llegado hasta nuestros días en el mundo desarrollado: jornadas de 40/35 horas, descanso durante los fines de semana, bajas laborales remuneradas… Ahora, cada vez más empresas están optando por nuevas medidas como el teletrabajo y se prioriza cada vez más la conciliación. En su opinión, ¿cuál debería ser el paso siguiente en esta evolución?
-Esto tiene que ver con los cambios de largo plazo que se han ido produciendo en el tiempo de trabajo en los países desarrollados. Si nos comparamos con el individuo medio del siglo XIX, ahora trabajamos menos. Para hacernos una idea, en Inglaterra una ley concedió a mujeres y niños la jornada de diez horas en 1847. Los obreros franceses conquistaron la jornada de 12 horas después de la revolución de 1848. En los Estados Unidos de América, el presidente Johnson promulgó una ley en 1868 que estableció la jornada de ocho horas. En España, después de una larga huelga en Barcelona en 1919, el gobierno aprobó la jornada máxima total de trabajo de 8 horas al día y de 48 a la semana, convirtiendo a España en el segundo país europeo con jornadas de este tipo, tras la Unión Soviética. Angus Maddison (economista británico especializado en historia económica cuantitativa) ha estudiado en detalle la evolución del tiempo de trabajo. En el Reino Unido, por ejemplo, se ha pasado en dos siglos de trabajar unas 3.000 horas anuales a la mitad actualmente; de igual modo ha descendido el horario semanal y diario, de tal forma que han ido aumentando los días anuales no trabajados y, a la vez, disminuyendo los días laborales semanales, desde 7 y 6 días hasta 5. Los cambios más importantes se han producido a lo largo del siglo XX. Esto ha sucedido en todos los países desarrollados con mayor o menor intensidad, y va a seguir sucediendo. Lo más probable es que empecemos a ver jornadas laborales de 4 días o jornadas semanales a tiempo completo de menos de 35 horas de forma generalizada en las próximas décadas (por ejemplo, en algunos países del centro de Europa las estadísticas laborales ya consideran como empleo a tiempo completo una jornada semanal de al menos 30 horas).

-Empieza a haber movimientos en la cultura del trabajo que hablan de jornadas semanales de 30 horas (caso Gotemburgo), semanas con 4 días laborables (caso de la empresa neozelandesa Perpetual Guardian) o, incluso otras opciones, como la propuesta de alargar el fin de semana y no ir a trabajar el lunes por la mañana. ¿A qué obedecen este tipo de movimientos?
-Estos cambios se inscriben en la tendencia antes mencionada. Lo mismo sucede con la implantación y la extensión del empleo a tiempo parcial que se empezó a producir en los países europeos a partir de los años setenta del siglo XX. Actualmente, la mitad de la población ocupada en los Países Bajos trabaja a tiempo parcial. Las tasas de parcialidad son también elevadas en Suiza (un 37%) y en un grupo formado por Dinamarca, Alemania, Bélgica, Austria, Noruega, Suecia y Reino Unido (con tasas en torno o ligeramente superiores al 25%). En la Unión Europea de los 15 dicha tasa ha pasado del 15% en 1995 a casi el 25% en algo más de 20 años.

-En España ¿sería posible un cambio de paradigma en este sentido?
-España sigue el mismo camino que los países más desarrollados y que sus socios europeos, aunque va con cierto retraso. Por ejemplo, el porcentaje de empleo a tiempo parcial es ahora de algo más del 15% pero apenas llegaba al 5% hace treinta años. De la misma forma, en España se trabajaba una media de 2.000 horas anuales a finales de los años 1970 y ahora menos de 1700. En Francia se ha pasado de unas 2.200 horas en los años 1950 a 1.800 a finales de los años 1970 y a casi 1.500 actualmente. En Suecia el proceso fue más intenso durante la etapa de prosperidad posterior a la segunda guerra mundial: se pasó de algo más de 1.800 horas a principios de los años 1950 a unas 1.450 horas a principios de los años 1970 y luego apenas ha habido ya cambios. Todos estos procesos indican que la reducción de horas de trabajo ha sido posible en el pasado. Y se ha producido por una combinación de medidas tomadas desde los gobiernos y acuerdos entre trabajadores y empresas sobre cómo repartir los beneficios del progreso económico.

-En los experimentos de Suecia y la experiencia de Nueva Zelanda, se confirma que con una reducción de jornada que no toca sueldos la gente tiene menos estrés, se da menos de baja y es más productiva. Si eso parece una evidencia, ¿por qué se sigue valorando tanto a los trabajadores que prolongan su jornada laboral ‘sine die’? Es decir, ¿estar en el puesto de trabajo durante más horas garantiza una mayor productividad?
-Trabajar más horas no nos hace necesariamente más productivos. Es cierto que individualmente se hacen más cosas y colectivamente ayuda a producir más bienes y servicios, pero una vez que se tienen en cuenta las horas utilizadas la productividad por hora puede ser igual o incluso menor. Desde una perspectiva agregada, la reducción del tiempo medio de trabajo que antes hemos visto en el caso del Reino Unido, y que se repite para el resto de los países desarrollados, se produce a la vez que se da un constante incremento de la productividad por hora trabajada y del Producto Interior Bruto (PIB) por persona, especialmente desde los años 1950 hasta la actualidad, período en el que estas variables se han multiplicado por tres, cuatro o más veces (dependiendo de los países). Esto último no podría argumentarse como resultado de la reducción de la jornada laboral, puesto que en el mismo periodo de tiempo el aumento del capital físico (las máquinas), el capital humano (las cualificaciones de los trabajadores) y, sobre todo, los avances tecnológicos han aumentado la productividad y han permitido una mayor eficiencia en los procesos productivos. Más bien habría que pensar que la reducción del tiempo de trabajo es el resultado del hecho de que somos más productivos y más ricos, es decir, podemos permitirnos trabajar menos y disponer de más ocio. Este es el mensaje que el economista John Maynard Keynes expuso ya en 1930 en un conocido ensayo titulado ‘Las posibilidades económicas de nuestros nietos’.

 

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