Las Energías Renovables

Rafael Peña Capilla es profesor del Departamento de Teoría de la Señal y Comunicaciones de la UAH. Desarrolla su actividad investigadora en el área de las energías renovables, en particular en el de la energía solar fotovoltaica. La principal línea de investigación se centra en el desarrollo de sistemas de suministro de energía mediante enlaces ópticos, o telealimentación, tanto a través de fibras ópticas como en enlaces inalámbricos.

Hace unas semanas, el barril de crudo superó los 100 dólares, su máximo histórico, a años luz de los 10 que costaba hace apenas 9 años. En las mismas fechas, los futuros del gasoil, la gasolina y los combustibles de calefacción pulverizaron todos los registros, arrastrados por la escalada alcista del petróleo.
Con la escasez de los combustibles fósiles como trasfondo, los partidarios de la energía atómica velan sus armas, en lo que parece el preludio para la vuelta a las centrales nucleares como fuente de suministro a gran escala. Según sus defensores, la nuclear es la única alternativa para garantizar el creciente consumo sin aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, esto sería posible a precios reducidos, sobre todo en comparación con otras fuentes, como las renovables.
En este sentido, la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) ha publicado recientemente sus previsiones para la evolución de la nuclear en las próximas décadas. Según sus cálculos más “optimistas”, la potencia instalada en 2030 podría aumentar un 84% con respecto al nivel de 2007. Por el contrario, en el escenario más conservador, que está basado en los planes ya aprobados para los próximos años, el crecimiento de la nuclear sería de tan sólo un 12%.
Incluso en el escenario más ambicioso, la Alternativa Gaia no podrá cumplir el papel que sus defensores le asignan. Y es que todas las previsiones apuntan a que el consumo eléctrico se duplicará de aquí a 2030. De ser así, la nuclear, que actualmente proporciona el 16% de la electricidad mundial, vería reducida su aportación al suministro global.
Aún suponiendo que el impulso a las nuevas plantas hiciera de la nuclear la principal tecnología eléctrica, esta situación no sería sostenible en el medio plazo. Y es que no hay que olvidar que el uranio, el combustible de la energía atómica, es una materia prima muy poco abundante en nuestro planeta, que por lo tanto tiene una capacidad de suministro limitada (como ocurre con el petróleo y sus derivados).
La propia AIEA estima que las reservas de uranio son suficientes para abastecer las centrales durante 85 años… al ritmo actual de consumo. Precisamente por eso, sólo la mera posibilidad de una vuelta a la nuclear ha provocado una auténtica convulsión en los mercados. Y es que el precio del uranio se ha multiplicado por 10 en los últimos 5 años, marcando una senda ascendente que ni el crudo ha podido seguir.
El encarecimiento de las materias primas no sólo afecta a los mercados de la energía. Los productos agrícolas y ganaderos (trigo, soja, cacao, maíz, carne de vaca, piensos) y los metales (oro, platino, plata, cobre, plomo, acero o cinc) han seguido el mismo camino, multiplicando su precio hasta alcanzar cotas impensables hace menos de un lustro. Parece como si el problema del suministro se nos haya venido encima de repente, con la llegada del particular “pico de Hubert” de todos estos productos, recordándonos que nuestro planeta tiene una capacidad limitada. Capacidad que parece estar empezando a resentirse por la presión creciente del desmesurado consumo.
La receta para afrontar una hipotética crisis generalizada de suministro de materias primas no es otra que reducir su consumo hasta límites sostenibles. Sólo será posible lograrlo a través de la eficiencia en la utilización de los recursos y del reciclaje. Con mayor intensidad si cabe en el caso de la energía, donde será imprescindible recurrir a las únicas tecnologías basadas en recursos ilimitados y no contaminantes: las energías renovables.

Publicado en: Archivo opinión