La democracia paritaria y la Ley orgánica 3/2007 para la igualdad efectiva de mujeres y hombres

Encarna Carmona Cuenca es Profesora Titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Alcalá. Ha realizado estancias de investigación en las Universidades de Turín y Bolonia. Entre sus publicaciones destacan los libros: El Estado social de Derecho en la Constitución española (2000) y La crisis del recurso de amparo. La protección de los derechos fundamentales entre el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional (2005). Ha sido la investigadora principal del Grupo de Investigación Igualdad y Género (2001-2003), financiado por el Instituto de la Mujer (2001-2003). Actualmente, es Secretaria del Boletín Jurídico de Estudios y Jurisprudencia sobre Extranjería, Inmigración y Asilo.

La Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres establece la obligatoriedad de que los órganos públicos de toma de decisiones tengan una composición paritaria. Esto es, que ninguno de los dos géneros esté representado en una proporción inferior al 40% ni superior al 60%. También contiene unas previsiones para que los órganos de dirección de las empresas privadas vayan adaptándose paulatinamente a esta composición paritaria.
Pero a la hora de aplicar las disposiciones de esta Ley, algunas personas se muestran reticentes y no sólo son hombres. También muchas mujeres, en un alarde de dignidad, manifiestan su oposición a que se establezca por ley su presencia obligatoria en foros de toma de decisiones públicas. Y entre éstas hay muchas excelentemente cualificadas y con carreras profesionales exitosas. Ellas consideran un demérito estar presentes a causa de una ley o de una “cuota”, pues sienten que en su vida profesional todo lo que han conseguido ha sido por su propia valía, sin que haya influido para nada su condición de mujeres.
A estas personas y, en particular, a estas mujeres triunfadoras, les diría que observen a su alrededor cuál es la presencia real de las mujeres en los órganos en que se toman las decisiones que nos afectan a todos. Por hablar sólo de España y comenzando por los órganos públicos, la presencia de las mujeres en los Parlamentos y en los gobiernos municipales es aún minoritaria. Lo mismo sucede si observamos los distintos órganos de la Administración pública (salvo, significativamente, el Gobierno del Estado) tanto territorial como institucional. Y mucho más en los consejos de administración y en los puestos directivos de las empresas privadas.
Todos conocemos las razones de que esto sea así. Durante siglos, las mujeres han estado apartadas del acceso a la educación y, sobre todo, a la educación superior. Y ha habido que esperar al siglo XX para que pudieran ejercer su derecho de sufragio. ¿Se debe la escasa presencia femenina en los foros de decisión pública a la menor capacidad de las mujeres? Ahora sabemos que no. Las pruebas nos llegan cada día con las estadísticas. Hay más mujeres que varones entre los que terminan estudios universitarios, ellas tienen mejores expedientes y, cuando se trata de puestos de trabajo conseguidos por oposición, también son mayoritariamente ocupados por mujeres. No se trata, pues, de falta de capacidad o mérito. ¿Qué es lo que sucede?
Las causas están bien estudiadas en las obras del pensamiento feminista. Cuando se trata de puestos de libre designación, como el poder está en manos predominantemente masculinas, los hombres tienden a designar a otros hombres. La inercia, en este punto, es fuerte. Pero incluso entre las mujeres se da una mayor resistencia que entre los varones a ocupar cargos de dirección y responsabilidad. Existen razones culturales de todos conocidas. A las mujeres se nos ha educado para ocuparnos de los más débiles, de los niños, de los enfermos y de las personas mayores. Y esta ocupación precisa de mucho tiempo. Si a ella añadimos la jornada laboral normal, no queda espacio para ejercer los puestos de dirección que son, digamos, opcionales. También podríamos hablar del “techo de cristal”. Desde niñas hemos observado que los puestos de responsabilidad eran ocupados por hombres, nos han faltado referentes femeninos. Hemos sentido que se nos exige mucho más que a los varones para conseguir lo mismo, lo que se traduce en un mayor miedo al fracaso. Y, aunque las cosas cambian muy deprisa, todavía esta situación pesa a la hora de presentarse como candidata a uno de estos puestos.
Por estas razones son precisas las medidas de acción positiva, algunas de ellas conocidas como “cuotas”. Durante siglos han existido cuotas invisibles a favor de los varones que se han traducido en la exclusión de las mujeres del pacto social. Se podría alegar que, con el acceso de las mujeres a la educación a todos los niveles, el tiempo se encargará de conseguir esa paridad que anhelamos. Sólo hay que esperar. Pero esto no es suficiente. Habría que esperar todavía mucho tiempo. Y las generaciones actuales de mujeres merecen ya la paridad. Además, la presencia de las mujeres en los órganos de toma de decisiones puede contribuir a cambiar las cosas. Puede influir en temas como establecer horarios de trabajo “humanos”, que permitan conciliar la vida profesional con la familiar, lo que se traducirá, a su vez, en una mayor presencia femenina en los puestos de decisión pública. Finalmente, la paridad no se establece en perjuicio de los hombres. No se trata de excluirlos de nada, muy al contrario, se trata de lograr su inclusión en ámbitos tradicionalmente ocupados por las mujeres, como es el ámbito privado y familiar. Y en el ámbito público, en un día tal vez no muy lejano, las cuotas beneficiarán tanto a las mujeres como a los hombres.
En fin, actualmente estamos en el proceso de aplicación de la Ley de Igualdad a los distintos ámbitos de la vida social. Debemos hacerlo con ilusión pues la meta es lograr la plena integración de mujeres y hombres en todos los campos públicos y privados, lo que se traducirá en un enriquecimiento del proceso de toma de decisiones que nos beneficiará a todos y a todas.

Publicado en: Archivo opinión