Cambio climático en España: muy lejos de Kyoto

Los escépticos del cambio climático forman un reducto cada vez más aislado. Poca gente duda ya de que el calentamiento observado en las tres últimas décadas es inusual, y que no puede ajustarse razonablemente a las fluctuaciones naturales del clima, especialmente en latitudes boreales, en donde los impactos están siendo más evidentes. También está bastante maduro el debate sobre el origen de ese calentamiento anómalo; aunque algunos científicos lo achacan a la actividad solar, la mayor parte están convencidos que se debe al aumento de la concentración en la atmósfera de los gases de efecto invernadero, principalmente el CO2, que alcanza actualmente niveles próximos a las 380 ppm (partes por millón de volumen) nunca observados en nuestros registros geológicos de los últimos 450.000 años (en donde fluctuaron entre 200 y 280 ppm).

Emilio Chuvieco. Catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá y miembro correspondiente de la Real Academia de Ciencias. Dirige el área social y económica de la Fundación Ciudadanía y Valores

Conviene recordar que el CO2 no es un gas venenoso, sino que es básico para que las plantas puedan realizar la fotosíntesis. Además, junto a otros gases (vapor de agua, metano, halocarbonos, etc.), tiene propiedades de efecto invernadero, esto es deja pasar la energía solar de onda corta, pero no la emitida por la Tierra, de onda algo más larga, que es re-emitida hacia el suelo, formando un bucle térmico positivo. Este efecto invernadero no es negativo; al contrario, es imprescindible para que haya vida en la Tierra, ya que en su ausencia nuestro planeta estaría por término medio unos 33 grados más frío. El problema actual es que la acumulación de CO2 refuerza excesivamente el efecto invernadero, provocando un aumento de las temperaturas a escala planetaria. El efecto se observa de modo evidente en las zonas más frías (alta montaña, latitudes próximas a los polos), que muestran tendencias consistentes al deshielo. Los impactos de esa tendencia al calentamiento serán regionalmente muy distintos: habrá un aumento general del nivel del mar (tanto por deshielo, como por expansión térmica del agua), se modificará el rendimiento de los cultivos, se incrementarán los incendios forestales y la acción de insectos sobre la vegetación, habrá una mayor tendencia a sucesos anómalos hasta que se equilibre de nuevo el sistema.

Muchos de esos impactos tienen una gran incertidumbre y su corrección podría suponer inversiones ingentes, por lo que parece prudente tomar medidas para que evitar que ocurra, o al menos tenga un impacto menos intenso. Las principales emisiones de los gases de efecto invernadero (GEI) de origen humano están asociados al transporte o la industria, y se relacionan con la quema de combustibles fósiles (madera, carbón, petróleo, gas natural, etc.). Puesto que sin energía no hay producción ni transporte, nos acercamos al meollo del debate sobre el cambio climático: ¿cómo mantener nuestra tasa de prosperidad actual sin utilizar combustibles fósiles que realzan el calentamiento del planeta? Solo hay dos soluciones: consumir menos energía, o buscar fuentes alternativas. La primera línea se orienta a mejorar la eficiencia energética, produciendo lo mismo con menos combustible. La segunda, pasa por el uso de fuentes de energía con bajas o nulas emisiones.
En ambas líneas, nuestro país todavía dista bastante de ser eficiente, siendo el país comunitario que más ha aumentado sus emisiones totales y per capita, desde la firma del protocolo de Kyoto. Este acuerdo, que preveía para Europa la reducción global de GEI, permitió a España aumentar las suyas hasta el 2010 a un máximo del 15% sobre las calculadas en 1990. Ese límite lo superamos con creces a inicios de esta década, y ahora nos encontramos con valores superiores al 55% de las emisiones base. Esa desviación puede costarnos entre 5500 y 7000 millones de € anuales. El plan de choque lanzado por el gobierno al final de la legislatura –en junio de 2007- prevé diversas medidas para reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles y mejorar la eficiencia, pero todavía son tímidas para los objetivos que se deberían perseguir. Si queremos cumplir con Kyoto, las metas deberían ser mucho más ambiciosas, pero nadie quiere –y menos en año electoral- suscitar medidas que pudieran frenar el crecimiento económico. Es bastante obvio que el problema energético no tiene soluciones fáciles, pero también es evidente que requiere programas a largo plazo, acuerdos políticos que permitan garantizar una horizonte fiable a un plazo de una o dos décadas. En este momento, la mejor opción a mi modo de ver pasa por aumentar notablemente la eficiencia energética y el recurso a energías renovables, sin menospreciar el uso de la energía de fisión nuclear como solución intermedia hasta conseguir nuevos desarrollos tecnológicos.

Emilio Chuvieco. Catedrático de Geografía UAH.

Publicado en: Archivo opinión