El Reino Unido deshoja la margarita de su pertenencia a una Unión Europea en horas bajas



Hoy 23 de junio los británicos votarán en referéndum si quieren o no seguir formando parte de la Unión Europea (UE). Este referéndum llega después de que el premier británico David Cameron lograra in extremis un acuerdo que, como él mismo ha señalado, otorgaría al Reino Unido (RU) un estatus especial dentro de la Unión.

De salir el ‘sí’, los británicos permanecerían en la UE, pero fuera de lo que, según Cameron, menos les convence de Europa: las fronteras abiertas y la libre circulación, los rescates económicos y el euro. En definitiva, no quieren formar parte de la integración política y el supraestado que eso implica.















En esta entrevista, el profesor y director académico del Centro de Documentación Europea y del Centro de Excelencia sobre Integración Regional de la UAH (IELAT) Carlos Jiménez Piernas, analiza el contexto en que se produce la convocatoria de este referéndum y sus consecuencias.

-Profesor, ¿qué implica el acuerdo que ha adoptado el Consejo Europeo con el premier británico?
-Lo primero que hay que aclarar es que se trata de un pacto entre caballeros en el seno del Consejo Europeo, que solo se hará efectivo mediante las oportunas reformas del Derecho de la UE si en el referéndum sale ‘sí’. Y, claro, si el Parlamento Europeo da su consentimiento… Ahora mismo no hay nada. Pero simbólicamente sí tiene importancia, porque de una vez por todas se reconoce al Reino Unido un estatus jurídico particular dentro de la UE. Esta es la clave.

Carlos Jiménez Piernas.
-¿Cuáles son las cuestiones más polémicas de este acuerdo?
-La cuestión más delicada está relacionada con el artículo 1 del Tratado de la UE que recoge como objetivo político de la integración europea ‘una unión cada vez más estrecha’. El RU ha conseguido del Consejo Europeo el compromiso de que no asumirá esa obligación constitucional de tender a una mayor integración política. Es decir, se reconoce al RU un estatuto jurídico particular, que debería concretarse formalmente en una próxima revisión (cuando toque) del Tratado. Pero que se da ya por hecho, al menos, en el plano político.
Otra cuestión igualmente ‘polémica’ está relacionada con la libre circulación de ciudadanos de la UE y el llamado ‘turismo de bienestar’, que no es un problema exclusivamente británico. Ocurre en otros Estados miembros que otorgan prestaciones o subsidios sociales no contributivos (vivienda, transporte, subsidio familiar por los hijos, de espera en búsqueda de empleo….), una decisión que es competencia de cada Estado miembro, no de la UE.
El RU puede restringir esas prestaciones a los ciudadanos de la UE amparado en la Directiva europea en la materia y en la jurisprudencia del Tribunal de Justicia, que establece que eso se puede hacer cuando el ciudadano comunitario que las reclama está en situación temporal de búsqueda de empleo, durante los cinco primeros años de estancia. Lo que importa es que las restricciones se basen en criterios objetivos y no sean desproporcionadas para los objetivos que persiguen.
Finalmente, los Estados miembros del Eurogrupo ofrecen garantías a los Estados de fuera del euro, como el Reino Unido, de que no habrá discriminación entre las personas físicas o jurídicas basadas en la moneda oficial del Estado miembro. A la recíproca, los Estados miembros que no participen en el euro no obstaculizarán los progresos en la unión económica y monetaria. En definitiva, lo importante para el RU en materia de gobernanza económica es que no se discrimine a sus nacionales ni se excluya a su gobierno de la toma de decisiones que puedan afectarle por el hecho de estar fuera del euro.

-Las reticencias del RU a su integración total en la UE vienen de lejos…
-El RU rechazó incorporarse en la integración europea en origen. No les interesó de inicio pertenecer a la CECA porque andaban distraídos con el espejismo de su imperio colonial. Pero en 1961 solicitaron ya el ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea por puro interés económico. El general De Gaulle advirtió en su momento que los británicos no estaban interesados en la integración política, y vetó la adhesión del RU. Pero luego llegó el mayo francés, De Gaulle se retiró y Pompidou dio el visto bueno, de manera que el Reino Unido ingresó en la CEE en 1973, de la mano de los conservadores. Después los laboristas entraron en el gobierno y convocaron un referéndum, en el que venció el sí. Ya con Thatcher se renegoció el acuerdo de adhesión en 1979, sobre todo en lo referido al ‘cheque británico’. El Reino Unido era un contribuyente neto a las arcas europeas y Thatcher consiguió que les devolvieran parte de su aportación. Así se han mantenido las cosas hasta este momento. La gran recesión económica, los recortes presupuestarios, el incremento del populismo xenófobo y antieuropeo que representa el UKIP que, no lo olvidemos, ganó las últimas elecciones al Parlamento Europeo y la falta de apoyo a la integración política que se postula desde la UE (ejército europeo, unión bancaria…) han influido en esta nueva ‘crisis’. Ellos apoyan relativamente la unión económica, pero la integración política les pone los pelos de punta. Además, la decisión de permanecer fuera del euro les ha dejado fuera de las decisiones neurálgicas que se adoptan en el seno del Eurogrupo. Todas estas condiciones propician el caldo de cultivo para que haya una oposición generalizada a la permanencia del RU en la UE y por eso Cameron ha forzado ese nuevo acuerdo político previo a la convocatoria del referéndum.

-¿Por qué entonces ese empeño de la UE para que, de todas formas, el RU se quede en el club?
-El club europeo se ha hecho muy heterogéneo, esto es indudable. Y hay Estados que están de acuerdo con lo que postula el RU, sobretodo en lo relacionado con la excesiva reglamentación de Bruselas o la libre circulación de personas... Además, el RU es un bastión de la democracia liberal, la economía de mercado y de una serie de valores compartidos con gran número de miembros del club, que cuentan con el amparo del RU en su defensa. Por otra parte, el estatuto jurídico particular que se ofrece al RU es una ventana de oportunidad que se abre para otros socios descontentos, que los hay… Pero, sobre todo, se trata de un país rico, con el ejército quizás más preparado de la Unión, con una relación especial con EE.UU. y, conviene subrayarlo, muy cumplidores del derecho comunitario aunque no les entusiasme la burocracia de Bruselas y se quejen con fuerza de muchas de sus medidas. En última instancia compensa, incluso por las diferencias, porque siempre viene bien que haya un ‘pepito grillo’.

-Profesor, ¿no cree que este acuerdo supone, a nivel general, un freno absoluto a las aspiraciones de los europeístas a afianzar la unión política?
-Eso es así. No cabe duda que este tipo de acuerdos especiales suponen una traba más a ese objetivo al que muchos aspiran pero que, de momento, no avanza en la medida que fuera deseable. En este sentido, vuelve a haber una confrontación entre la unidad a la que se tiende y la heterogeneidad real que se acrecienta entre los distintos Estados miembros. Las diferencias condicionan y limitan la unidad y el avance en la integración política.
La verdad es que todo este proceso ofrece mucho trabajo a juristas y politólogos. Estoy convencido de que finalmente, si vence el ‘sí’ en el referéndum, se encontrarán los encajes legales para que el RU permanezca sin problemas dentro de la Unión.