Para el catedrático Antón Alvar, "hoy es precisa más que nunca una tercera cultura"

Antón Alvar, catedrático de Filología Latina de la UAH, defiende el valor de las Humanidades en el siglo XXI: “Conocer” y “saber” han perdido interés en detrimento de “tener”. Pero las cosas no son necesariamente así, las Humanidades proporcionan a nuestra sociedad y a sus individuos saberes muy útiles para entender el mundo que nos rodea".

Antón Alvar Ezquerra es también Director del Departamento de Filología de la Universidad de Alcalá, Presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, Director Académico del portal de Humanidades www.liceus.com y codirector del Instituto Español de Prospectiva para la Educación Superior (IEPES). Dirige varias revistas y colecciones de su especialidad y en 1992 recibió el Premio Nacional de Traducción, del Ministerio de Cultura.
- ¿Qué significa hablar de Humanidades en el siglo XXI?
Significa hablar de todo aquello que concierne muy directamente al ser humano, en general, y, muy en particular, al hombre como creador de cultura y como sujeto de sentimientos.
- ¿Qué nos enseñan nuestros clásicos?
Los “clásicos” en sentido estricto son los autores grecorromanos, de quienes parte toda la cultura occidental; en sentido amplio, llamamos “clásicos” a todos los autores sean grecorromanos o no que han contribuido al engrandecimiento y extensión de esa cultura, que es la nuestra. Ellos nos han enseñado a vivir -pues a ellos les tocó hacerlo antes que a nosotros-, en la medida en que se plantearon los mismos problemas que nosotros nos planteamos ahora –salvadas las necesarias e inevitables distancias- y supieron ofrecernos soluciones expresadas de un modo noble y enriquecedor. Nos enseñan y nos deleitan, al mismo tiempo.
- Qué opinión le merece, a estas alturas, la tradicional división entre estudiantes de letras y estudiantes de ciencias.
Es absurda y limitadora. Desde que en la década de los 60 del siglo pasado se abrió la polémica (muy vieja, por lo demás) entre “Ciencias” y “Letras”, las mentes más brillantes que terciaron en la disputa señalaron que no había más salida que la conciliación entre ambas “culturas” y a partir de entonces se ensayaron no pocas soluciones que, sin embargo, no han rendido los frutos esperados pues la polémica continúa instalada –con no poco artificio y con mucha ignorancia- en nuestra sociedad. Hoy es precisa más que nunca una “tercera cultura” que sirva de síntesis de ambas posiciones, en la que se integren por igual los conocimientos y los avances en cada una de las anteriores.
- Existe una percepción social de que estudiar una titulación del ámbito de las Humanidades “no sirve para nada”. ¿Quién tiene la “culpa”?
Es, en efecto, una percepción instalada en nuestra sociedad. Hemos abandonado los valores tradicionales que, de algún modo, parecían reservados a las Humanidades (a las Letras) y los hemos sustituido por un culto desmesurado y tiránico al dinero, a la utilidad inmediata y al consumismo exacerbado. “Conocer” y “saber” han perdido interés en detrimento de “tener”. Pero las cosas no son necesariamente así, a pesar de todo, pues las Humanidades, independientemente de su valor intrínseco, proporcionan a nuestra sociedad –y a todos y a cada uno de sus individuos- saberes muy útiles para entender el mundo que nos rodea y, consecuentemente, para poder organizarse de un modo eficaz, justo, libre y crítico. Obviamente, la “culpa” de tal situación está muy repartida y todos somos de alguna manera responsables, pero los intereses estrictamente crematísticos de una economía capitalista y de mercado, la convicción de que gentes poco cultas pueden ser más dóciles y manipulables políticamente y la estrechez de miras de los propios “humanistas” que se despreocupan por transmitir sus conocimientos a la sociedad que los sustenta y se desentienden de su compromiso social, son muy responsables de tal situación.
- ¿Qué falla en nuestro sistema educativo para que cada vez sean menos los estudiantes que apuestan por una carrera de Humanidades?
Me temo que los datos de la realidad contradicen la percepción de que cada vez son menos los estudiantes que apuestan por una carrera de Humanidades. De acuerdo con los que ofrece el MEC, durante el curso 2006-2007 se matricularon en España poco más de 17.000 estudiantes universitarios de nuevo ingreso en titulaciones de Humanidades (exactamente, 16.755, aproximadamente un 10% en términos porcentuales) y otros casi 110.000 en titulaciones de las llamadas Ciencias Sociales y Jurídicas (109.886). Por contra, las Ciencias Experimentales (12.795), las Ciencias de la Salud (22.727) y las Técnicas (48.615) matricularon conjuntamente tan solo unos 85.000 estudiantes, siendo incluso más perceptible el descenso de matriculaciones en éstas últimas si se comparan los datos con lo que ocurrió en el curso 2005-2006. Y ello a pesar de la patética insistencia con que, desde determinados ámbitos, se disuade a los alumnos de que estudien carreras de Humanidades, en virtud de erróneos argumentos sobre las demandas del mercado de trabajo.
- ¿Qué debería hacer la sociedad, la Universidad, las instituciones educativas en general, para cambiar esa percepción?
En primer lugar, decir la verdad. Las Humanidades (y las Ciencias Sociales, sus “hijas”) están sólidamente instaladas no solo en nuestro sistema educativo sino también en el laboral. En segundo lugar, abandonar la tediosa disputa entre unas enseñanzas y otras, en virtud de criterios economicistas y utilitarios que no conducen a nada bueno. En tercer lugar, exigir de los “humanistas” (pero no sólo) una necesaria adaptación a las circunstancias del mundo que les ha tocado vivir, y, en particular, del académico, dotándoles al mismo tiempo de los medios y de la dignidad que su función reclama y exige.
- Usted ha dicho muchas veces que “las Humanidades” son rentables. ¿Por qué?
En efecto, eso lo he dicho en muchas ocasiones y lo mantengo ahora. Porque nuestra sociedad camina con paso decisivo hacia una sociedad “del ocio”, en la medida en que la semana laboral permite disponer de muchas horas a cada ciudadano, las vacaciones son una conquista social irreversible y la jubilación se puede vivir con recursos económicos y una calidad de vida razonablemente alta. En buena medida ese ocio –y más en el caso de las personas adultas- se canaliza hacia un ocio formativo y eso es territorio y patrimonio casi exclusivo de las Humanidades. Es decir, las Humanidades pueden proporcionar y de hecho proporcionan productos muy “vendibles” –y que, por tanto, pueden ser fácilmente insertados en nuestro sistema de mercado-: libros, museos y exposiciones, espectáculos, cine, teatro, televisión, música, viajes culturales, bibliotecas, archivos, enseñanza de lenguas, etc., etc. Es preciso que los “humanistas” entendamos esto y nos lo creamos; si no lo hacemos, otros obtendrán esas rentabilidades. No peligran, por tanto, las Humanidades sino, en todo caso, los “humanistas” que nos dedicamos a ellas; vendrán otros con otro perfil y con otras visiones e inquietudes y ocuparán el lugar que nosotros no sabemos llenar, pero eso será un problema secundario.
- ¿Qué le diría a un estudiante que le gustaría estudiar una carrera de Humanidades pero todos los mensajes que recibe le desaniman a ello? Por qué merece la pena estudiar una carrera de Humanidades.
Pues le diría que la vida no es una carrera de velocidad sino de resistencia y que hay que formarse muy sólidamente para afrontarla con un mínimo de garantías; y que no cualquier cosa sirve para llenar el largo tiempo de una existencia. Conviene hacer lo que uno desea y para lo que se está capacitado pues solo de ese modo se podrá devolver a la sociedad lo que ella nos da; y solo de ese modo se podrá vivir una vida colmada de satisfacciones y de creatividad. Las Humanidades, sin duda, ofrecen alimento sustancioso, inagotable y delicioso para afrontar ese larguísimo camino con entusiasmo y pasión. Merecen, de verdad, la pena.